Columnistas

Fiestas patrias e identidad nacional

Con mucho fervor patrio los estudiantes están celebrando la gesta histórica de la independencia política respecto a España que se materializó el 15 de septiembre de 1821.

Se recuerda a los próceres y su papel en aquellos acontecimientos que culminaron con la firma del acta de independencia.

La historia no solo es recordar algo que sucedió en el pasado, el gran historiador Marc Bloch ha dicho, “la historia no es la ciencia del pasado” “es la ciencia de los hombres en el tiempo”.

Recordar que sucedió en las luchas de independencia, es hacer presente aquellos hechos sobre la base de los héroes constructores de nuestra patria, con ejemplo de heroísmo hasta ofrendar su vida por la independencia y la libertad.

Renunciar a la historia es perder memoria, es no tener identidad, como bien nos lo dice el papa Francisco, al interpelarnos con firme sentencia de que si perdemos la memoria histórica volvemos a cometer los errores del pasado.

Tener identidad es sentirnos identificados con nuestros ancestros, no renunciar a nuestras raíces. Perder identidad es sobreestimar valores extraños y subestimar los valores nacionales, que no es lo mismo que decir “los valores se están perdiendo” porque los valores no se pierden, pues son algo abstracto, están allí, lo que sucede es que no se ejercitan.

Ejercitar valores nacionales, culturales y familiares significa construir sociedades fuertes.

En julio recordamos al héroe de la sierra, primer defensor de la soberanía nacional, en agosto celebramos de manera especial los altos valores de la familia y en septiembre recordamos a los héroes que lucharon contra el colonialismo en favor de la independencia.

Celebraciones de gran significado porque nos invitan a tomar conciencia sobre el papel que nos corresponde en la lucha por la construcción de una Honduras fuerte, sin adoptar o asumir valores extraños o costumbres que no son parte de nuestra identidad.

Las conmemoraciones son importantes porque nos recuerdan el pasado, pero si estos recuerdos no se actualizan en nuestra vida, todo queda en el discurso, es solo una celebración que no cobra sentido.

Una forma de imitar a nuestros héroes de “ayer y hoy” es hacer bien lo que nos corresponde, conscientes de que todos somos responsables de todos y corresponsables con nuestro país. Nadie es inútil, ningún trabajo es inferior a otro, todos vivimos en interdependencia y nos auto realizamos mediante el trabajo honrado que nos da alegría, porque ponemos nuestros talentos al servicio de los demás.

Por eso es importante que se implementen políticas públicas en favor de la juventud que les permita acceder a la educación de calidad, sin ser excluidos del mercado laboral. Todo esto pasa por el impulso de proyectos viables y concretos para la generación de empleo e ingreso.

Preocuparse por la educación, pero también preocuparse por la economía, hoy en día es cuestionable aquella tesis de que con solo educación se sale de la pobreza.

La experiencia en Honduras y los países pobres nos enseña que las madres, sobre todo las solteras, están en una disyuntiva entre mandar a sus hijos a la escuela o a trabajar para que contribuyan al sustento familiar.

Si van a la escuela no comen, y si van a trabajar no se educan en el sistema formal. El problema es doblemente grave cuando el mercado laboral no absorbe al contingente de jóvenes que tuvieron la oportunidad de prepararse en diferentes disciplinas.

El argumento simplista de que el sistema educativo prepara para ser empleado y no para ser empleador, se derrumba cuando caemos en cuenta que en una sociedad con economía de mercado no todos pueden ser empresarios, porque la estratificación social depende de la propiedad de los medios de producción.