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La niñez visible solo un día

El Día del Niño se celebra tanto a nivel nacional como internacional, en Honduras se celebra el 10 de septiembre.

El propósito fundamental de esta fecha impulsada por la ONU es hacer conciencia sobre la situación que viven los niños alrededor del mundo y preservar sus derechos.

Basado en ese propósito, el Día del Niño debería ser una celebración para fomentar el interés y una mayor participación de la ciudadanía en temas que tienen que ver con la educación, la formación de valores, la protección y la promoción de los derechos de niños y niñas, y no únicamente una celebración para entregar golosinas y juguetes, reduciendo sus expectativas como niños y niñas a la lógica comercial que los mira como sujetos de consumo.

Por supuesto esto no es un fenómeno que ocurra en el vacío. Responde a discursos instalados en nuestra sociedad, digeridos y reproducidos por el mundo adulto que hoy modela en las nuevas generaciones los valores acordes a un modelo que promueve individualismo y consumismo.

De ahí que las fechas de conmemoración se presten para el comercio más que para la reflexión sobre avances y desafíos que como sociedad tenemos para garantizar los derechos de los niños. Honduras aún mantiene brechas importantes en temas de igualdad, buen trato y garantías de derechos sociales básicos.

Es por ello que la celebración del Día del Niño debería superar la vorágine que arrastra no solo a las familias, sino también a las instituciones del Estado y organizaciones de la sociedad civil que trabajan con la niñez a la compra compulsiva de objetos que no responden a las necesidades más fundamentales de la infancia, sino que obedecen a una construcción distorsionada de lo que es darle protagonismo a los niños y niñas, una distorsión que obedece a los valores culturales que inspiran nuestra cotidianidad y que aparecen muy arraigadas en nuestro orden social.

Vale la pena, entonces, preguntarse por qué se ha desvirtuado esta celebración. El modelo económico neoliberal que ha seguido Honduras desde 1990 sin duda ha jugado un gran papel en esta distorsión y mercantilización.

Esa misma lógica es la que ha impedido que nuestro país logre visualizar a los niños y niñas como sujetos de derecho al cuidado de un mundo adulto respetuoso y consciente de su importancia para construir el futuro de la sociedad.

No hemos sido capaces de avanzar en una cultura del respeto que garantice a los niños y niñas el ejercicio pleno de sus derechos, que tengan una vida libre de toda forma de violencia, la que hoy se ejerce desde el microespacio cotidiano, el hogar; hasta a nivel macro, con la falta de políticas públicas para la niñez que vayan más allá de estándares mínimos, que les permita tener una vida saludable y acceder a una educación de calidad inclusiva.

En definitiva, somos una sociedad que piensa poco en sus niños y que se ha quedado centrada en el mundo adulto, en mantener siempre el foco en las necesidades y derechos del adulto antes que las necesidades y derechos de los niños.

De ahí que muchas prácticas de maltrato sean invisibilizadas o toleradas por la sociedad.

En ese sentido, de nada sirven las firmas de acuerdos internacionales en materia de derechos del niño que nuestro país ha suscrito, ni las políticas focalizadas en la infancia, si no se cambian las prácticas y premisas que operan en la cotidianidad.

Desde el padre que se cree con derecho de maltratar a sus hijos o el policía en la calle que cree tiene la autoridad de amedrentar y hostilizar a los niños por su apariencia o condición, hasta los encargados de la educación que a menudo bajo condiciones de estrés o lo que sea, despliegan formas de maltrato que, aun no incluyendo el castigo físico, van sumando al deterioro de la autoestima y el desarrollo integral de los niños que, con pocas posibilidades de defensa, deben resistir amenazas, descalificaciones, menosprecio y estigmatización, etc.

Cuando nuevamente hacemos gala de la “Celebración del Día del Niño” debería quedarnos claro que lo que nuestros niños y niñas necesitan no se reduce a desfiles, piñatas y regalos, sino a ofrecerles un buen nacer, un buen crecer y un buen vivir en un país donde sus familias y el Estado tengan el compromiso y la voluntad de garantizarles sus derechos.

Celebremos entonces todos juntos el Día del Niño; protegiendo a la niñez desde todos los ángulos posibles, en especial desde el seno de la familia, haciéndolos protagonistas cada día, y no solo durante el Día del Niño.