Columnistas

Síndrome del garrobo

Para quien ama la naturaleza son breves, graciosos saurios desafiantes del sol y que pigmentan las piedras áridas retando raudos al ojo para que los capte.

Pero para los dueños de casa, para quien tuvo la mala suerte de que aniden en el techo, entre paredes gemelas, al entrepiso o cañerías, su presencia es salazón, molestia suma, dolor de cabeza ya que roen los cables de electricidad, perforan paneles de asbesto e incluso materiales más sólidos dejando severos horacos en el muro, arrancando sus agudas pezuñas la espuma del aislante térmico, provocando desastres interiores, generando que las cosas disfuncionen.

Ciertas personas del mundo luce que vivieran así, garrobadas de la mente. Previo a adoptar una decisión inventan diez dificultades: les solicitan llamar a alguien y predicen “no ha de estar”, compran lotería refunfuñando que no ganan, ruegan favores esperando, en verdad deseando, que no se les conceda, al asaltar al jefe para impetrar aumento “saben” que no lo lograrán y por ello ni siquiera se atreven a acercarse y plantearlo, el garrobo de la desilusión anticipada, de los cables de la lucidez cortados, les brota del pecho y los impele a dejar de actuar, “para qué si nunca sale ni un bolado”.

Pesimismo vivo, que no es otra cosa que visión desprovista de entusiasmo, garra, coraje y azar, ya que ni siquiera deja a la suerte los acontecimientos sino a la fatalidad, y que es típica de muchos pueblos latinoamericanos, particularmente los de fuerte raíz indígena ancestral ya que en ellos cierta estructura religiosa obliga al cerebro a satisfacer en modo constante a los dioses para conseguir favor, lo que escasamente ocurre.

Al individuo lo abruma el sistema y se siente aplastado por el sistema y sus fórmulas y procedimientos; la rueda de la fortuna, como con el hámster, gira al revés; al obstáculo insisten en agregarle el dos y el tres pues sólo así, tras vencer esas resistencias, se justifica el esfuerzo de actuar, lo cual no es sino en el fondo temor a la vida, pavor a la decepción (mejor no hacer nada a que resulte nada), inseguridad.

Ocho amigos licenciados viajan trimestralmente a Guatemala para cursar la maestría en alguna universidad pero la institución en que laboran no coopera.

Desean que les presten un minibús que los viaje a/de chapinlandia, valioso ahorro.

Desde hace rato “piensan” hablar con el director para tal beneficio pero por anticipo consideran: (1) está ocupado y no los va a atender; (2) si los recibe será dentro de un mes o más; (3) no va a querer; (4) preferible enviarle una carta que asistir en persona; (5) óptimo que vaya una delegación (en vez de saturarle el despacho los ocho, que sería apabullante y convincente); (6) la oficina de Tegucigalpa ya lo consiguió pero ellos “creen que acá no se puede”.

Resumen vulgar: “mejor en el siguiente semestre”… Garrobo saltón.

Garrobo bebe deseos y voluntades, garrobo que yanta del espíritu del valor pero que engorda y caga miedo, garrobo de indecisos, de tímidos y de indefensión.

Pareciera materia cómica, tema risible acerca del cual escribir banalidades, pero no es así. Se trata de toda una sociedad que practica similar conducta: esperar que le llueva del cielo aquello que resolvería, probablemente, su voluntad si fuera fuerte, audaz, agresiva, expedita, decidida a conquistar en vez de acomodarse y humillarse.

A los viejos nada ya nos endereza pero habrá que educar a los jóvenes para que se libren del garrobo reductor de la conciencia y para que salgan a apoderarse del mundo con entusiasmo y valor.

Animales de la mente son más perniciosos y difíciles de erradicar.