Columnistas

Educación para el desarrollo

En general se ha comentado que la relación de los sistemas educativos con el desarrollo ha sido débil, aunque se pueda discutir su contribución a la integración social.

Pero aún más lejos está la posibilidad de una educación para pensar alternativas al desarrollo.

Desde la perspectiva desarrollista de la Cepal, por ejemplo, se vio la educación con optimismo como una garantía de mayor productividad y movilidad social, pero sin resolver el problema de la injusta distribución de las oportunidades de educación ni las necesidades de mano de obra especializada ni de desarrollo económico (Guadilla, 2008).

En este contexto aparece la crítica de la teoría de la dependencia, se critica el capital humano y la distancia de los problemas de la sociedad. Es además el momento en que aparecen las contribuciones de Paulo Freire, que critica los modelos bancarios de educación y propone la educación como práctica de libertad.

Por otro lado, con la crisis económica de los años ochenta se comienza a plantear la crisis de la calidad e incluso se hacen críticas al concepto de desarrollo de origen externo e inapropiado para dar cuenta de la realidad de la región.

Posteriormente, y a raíz de todo ello, tiene lugar la influencia del Banco Mundial que propone hacer eficiente la educación superior disputándose la hegemonía con la UNESCO, que enfatizara otras dimensiones como la equidad, la pertinencia, la internacionalización cooperativa y el valor cultural y social del conocimiento (García, 2011: 23-25).

Hay que señalar también que las teorías del capital humano fueron criticadas porque las investigaciones no fueron categóricas en mostrar las contribuciones de la educación al desarrollo, que la planificación que el modelo suponía no se ajustó a las demandas sociales y políticas, que además su tecnicismo pedagógico no consideró aspectos afectivos como de participación (Tedesco, 2015).

Recientemente, otros debates también consideran que no hay una relación lineal entre educación y desarrollo económico.

Según Piketti (2014), la distribución del ingreso no se determina por el grado de escolaridad de las personas en general ni por determinados índices de movilidad ocupacional de algunos sectores, que la educación de las personas no influye de forma determinante en la relación de desigualdad.

Incluso autores como Stiglitz y Greenwald (2014) sostienen que primordialmente el aprendizaje ocurre en las empresas, fuera de las instituciones educativas superiores (Didriksson; 2015:201).

Por otro lado, una discusión más cercana desde la región centroamericana, aunque anterior a la de Piketti y Stiglitz, ha planteado que la formación del factor humano y los valores es clave para el desarrollo. Ello supone considerar varios tipos de capital humano desde otras condiciones y posibilidades.

Uno de ellos es el capital humano profesional, que implica superar el aislamiento entre docencia e investigación, de los sujetos populares y de la sociedad civil.

Para estos profesionales, el conocimiento de la realidad nacional y su transformación equitativa y democrática es el centro de su realización humana, el capital humano ético se refiere a la capacidad de generar valores alternativos al mercado y al modelo productivista, el capital humano regional demanda actores y sujetos regionales en tanto la crisis de nuestros países se supera desde lo regional, capital humano popular, lo que supone la formación de dirigentes populares que permita a las instituciones que faciliten su inserción incluyente y el capital humano internacional que permita la articulación de movimientos similares en América Latina y otras regiones del mundo (Gorostiaga; 2008: 118).

En otro momento, el BM señala que la riqueza se constituye por el capital natural (materias primas y recursos naturales), el capital productivo (tecnología, fábricas, infraestructura vial) y el capital social constituido por la educación, la nutrición y salud.

En un análisis de 192 países, el BM encontró que solo 20% o menos de la riqueza está determinada por bienes de producción. Los países que tienen mayor riqueza son los que invierten en educación y salud. Hay una conexión entonces entre educación y desarrollo. El debate está abierto, se requiere investigación, experimentar, potenciar la buenas experiencias, pero desde un proyecto compartido.

Una entrevista reciente concedida por la ministra de Educación (EH, 3/02/17) plantea que es el momento para sentar las bases de la integración del sistema educativo. Y según lo revela ella misma, es una idea apoyada desde la UNAH, lo que parece indicar que en otro momento no fue posible (nunca se intentó y en parte por la lógica de gestión que imprimen ciertos liderazgos).

Indica además que la educación superior es un lugar privilegiado, en tanto nivel de salida y lugar de producción-circulación de conocimiento, para observar la marcha del sistema educativo, lo cual no supone necesariamente que la educación superior garantice las expectativas de los estudiantes o las exigencias que la realidad sugiere.

Aunque la ministra no define qué entiende por integración, lo cierto es que el sistema educativo en sus diferentes niveles ha funcionado de forma desarticulada no solo porque los objetivos y metodologías no son compartidos ni suficientemente complementarios, sino también porque la diferenciación interna de cada nivel incide en la configuración del sistema.

Una condición importante para la integración del sistema educativo es la idea de un proyecto nacional. El problema es que en condiciones de una globalización competitiva, cuando se impone la lógica de mercado, el proyecto nacional está ausente o es contradictorio con esa racionalidad.

En este sentido, una posibilidad es pensar en la integración del subsistema público o los que más convergen con ello.

Ahora bien, la integración del sistema educativo o del subsistema público, sin sobrecargarlo de expectativas y desde un proyecto compartido entre los actores educativos, requiere ser orientado desde objetivos de equidad, lo que supone no solo mejorar el acceso a las instituciones educativas, sino también y principalmente al conocimiento o la calidad que requiere el proceso, con la mayor pertinencia que exige la realidad.

Sin duda se requieren liderazgos educativos en esta dirección, con capacidad de pedagogizar el cambio y voluntad política en el gobierno de turno que promueva y respete políticas estatales para el cambio educativo que la sociedad requiere.