Hablar de crisis de la universidad pública (por las largas huelgas de la UNAH y de la UNA en el 2016), y en el caso particular de la UNAH, no implica dejar de reconocer que la universidad ha tenido avances y más todavía cuando estos logros son respuestas a una larga crisis de alrededor de casi tres décadas de gobierno del Frente Unido Universitario Democrático (FUUD).
Y con razón los protagonistas del proyecto alternativo (que inició con el proceso de reforma en 2004) al modelo impuesto por el FUUD lo definirán como lo mejor posible. Sin embargo, la realidad tiene otras posibilidades, en la perspectiva de E. Bloch, la realidad no se agota en lo dado. El problema es que este proyecto alternativo se nos ha presentado como la única realidad posible.
Ahora bien, en la medida que este proyecto alternativo al FUUD busca responder a una larga crisis, la respuesta no puede ser cualquiera. Y por ello es difícil que una respuesta seria deje de lado la política como lo mejor posible. La política como una tradición de las universidades modernas de Latinoamérica, aun con sus déficits, necesita ser recuperada y profundizada en su mejor versión. Y en esta dirección, la UNAH tiene una tradición de encuentros de la comunidad universitaria. Negar ambas tradiciones ha sido uno de los problemas de la UNAH. Por tanto, la historia cuenta y la política importa.
Hay que señalar que uno de los aportes que la universidad ha realizado en el período de la reforma es haber instalado las bases de un proceso de transición que supone niveles de fortalecimiento institucional al modo convencional.
La docencia funciona con regularidad, se hace investigación con mayor disponibilidad de recursos, se hace de la misma forma más vinculación, hay un manejo del presupuesto con un nivel de transparencia en tanto las inversiones son visibles (aunque se puedan discutir las prioridades), hay preocupación por los temas de la calidad de la educación universitaria que se observa en las medidas académicas tomadas, cada vez más hay una diversidad de eventos académicos y en general la universidad adquiere reconocimiento de la sociedad.
Al mismo tiempo, la universidad ha planteado discursos y acciones de fortalecimiento de lo público. Quizás es una de las instituciones públicas que mejor funcionan en el contexto de un Estado precario. Se apuesta por la idea de que lo público funciona bien y que puede ser y es de calidad. Son ejemplo de ello, aun con sus limitaciones, el manejo del Hospital Escuela, la experiencia del proyecto de salud en el municipio de Colinas y los intentos de réplica en otros municipios.
En esta misma dirección son importantes las contribuciones que la universidad realiza en materia de seguridad ciudadana desde el Instituto Universitario de Democracia, Paz y Seguridad aun cuando perdió el protagonismo de ser la institución principal que ofrecía información en el tema. Así también ofrecer televisión desde un canal con un perfil distinto es también una contribución.
Aun en su versión limitada, la formación de profesionales y su contribución a la gobernabilidad del país por la población atendida en la medida que se reduce la presión a los mercados de trabajo, son también algunas de las funciones importantes de la universidad.
La formación profesional sin embargo se vuelve insuficiente, por lo que requiere la pertinencia y la calidad desde una reforma democrática de la universidad.
La gobernabilidad mejora con mayor equidad en el acceso y con calidad en el proceso, pero también con una reforma democrática.
Esta es una de las apuestas del movimiento estudiantil, pero el proceso de diálogo está estancado y al parecer, por las elecciones de nuevas autoridades en la UNAH en este 2017, se buscará a toda costa posponer en tanto los promotores del diálogo son actores que inciden en el cambio en general y en la configuración del nuevo gobierno de la universidad.
La reforma universitaria, que inició el 2004, con una importante orientación curricular, si se logra en todas las carreras es un avance, pero no puede ser un proceso aislado de cada carrera sin convergencia en un proyecto académico compartido por la comunidad universitaria.
En la medida que la lógica de las disciplinas se impone, hay también un fraccionamiento del conocimiento en tiempos de gran complejidad y de grandes exigencias.
La reforma requiere también desbordar el carácter profesionalizante que la domina e integrar de forma fecunda una proyección social con investigación para una sociedad alternativa a las formas de exclusión y desigualdad, a las formas de violencia y de crisis ambiental existente y a la crisis de sentido.
La reforma si bien ha implicado a su vez cambios institucionales que se expresan en la nueva Ley Orgánica y las nuevas normas académicas, las mismas han sido objetadas por el movimiento estudiantil. Luego vino la crisis y posteriormente el diálogo y hasta ahora suspendido.
De ahí que es posible pensar que la actual coyuntura universitaria supone la pérdida de una oportunidad que abrió el movimiento estudiantil para profundizar la reforma (en la medida que incluye también al resto de actores universitarios) y/o estamos en la antesala de una nueva crisis al intentar posponer el diálogo que costará mucho retomar en una nueva gestión. La apuesta por el cambio con estas y nuevas autoridades es una necesidad. La dirección del cambio es muy importante.
El camino recorrido de la universidad en la experiencia de la reforma en el período analizado conlleva el logro de un proceso de transición y de reformas curriculares en varias unidades académicas, pero es aún insuficiente para las exigencias de nuestra realidad en general y para las exigencias del cambio educativo que esa realidad demanda.
Son reformas fragmentadas sin superar la tradición profesionalizante, son reformas que se ven solo como un producto, pero que no valora los procesos cuando ambos aspectos son vitales en educación.
De ahí la apuesta por una universidad democrática y emancipadora que genera profesionales con los saberes pertinentes, pero que también son mejores ciudadanos y sujetos que contribuyen creativamente a vivir mejor para todos y a una vida que vale la pena ser vivida.
Se requiere pasar de un cambio desde arriba, y en parte desde afuera por la influencia del modelo internacional, a un cambio sostenido sobre la base de la participación y el acuerdo de los actores universitarios.
El cambio con participación permite darle una dirección concertada al mismo y, por tanto, hacerlo más sostenible en la medida que el conjunto de actores universitarios se comprometen con él. De esta forma, el cambio contribuye a una gobernabilidad democrática.
El debate y el acuerdo deben de extenderse hacia otros actores estratégicos externos como una forma de darle al cambio contenidos sustantivos sin menoscabar la autonomía universitaria.
Implica además que la universidad debe fortalecerse como actor estratégico de la sociedad para incidir en los cambios que esta última requiere.