Cartas al editor

Nuestra ciudad está tatuada

Arte urbano o arte callejero no se puede relacionar en un solo concepto o en una sola técnica porque abarca mucha habilidad en su realización y en muchos de los casos va acompañado de espacio, tiempo histórico, movimiento, realidad, el espacio que va abriéndose a fuerza de gestos, actitudes y movimientos.Hay diversas variantes y muy significativas.

En el arte callejero se entremezclan aspectos que han llevado a comprometer el grafiti, o por lo menos a darle nuevos giros, tanto en sus posibilidades técnicas como en sus formas de expresión estética y de mediación comunicativa, al mismo tiempo, una nueva retórica de los muros, marcada con el signo de los nuevos movimientos sociales, los nuevos lenguajes y expresiones juveniles puestos en la trama urbana.

El arte callejero instituye una racionalidad que va más allá de una producción inmóvil para emerger como devenir, expandiendo una estética destilada directamente de los ritmos urbanos y un personaje que no se dedica a contemplar a distancia el bullicio ciudadano, disputando los sentidos, para mostrar que la producción de sentido es proceso sujeto a una riqueza transformacional inagotable.

Esta inmediatez de las expresiones estéticas colocan en vilo la idea del individuo de la racionalidad instrumental, de ese sujeto del capitalismo que se debate entre la experiencia de la individualidad, la competencia y la eficiencia que comprueba y experimenta que existe, en tanto, razón, puesto que estas imágenes son provocadoras de sensaciones y conjeturas que dejan emerger una racionalidad, otra, que surge más desde lo visto y lo sentido; estas colocan en el escenario de lo público aquello que no es comprobable y en muchas oportunidades comunicable, irrumpen en lo social más allá de la representación, en la participación y en la afección, generando memorias que se dicen desde la emocionalidad y se proponen como formas del existir.