Cartas al editor

Relatos de un profesor (II)

Una juventud, un pueblo, necesita esperanza, la esperanza de sembrar conocimiento, de encender luces, que los estudiantes no sean más llamados alumnos, pero porque tienen conocimientos previos profundos, y no llamarles así porque lo dicta una norma simplemente.

Ser esperanzador es un rol importante que cada docente debe comenzar a ejercer, pues esto conlleva a ser ejemplo de superación, educar no solo significa cambiar un país o un mundo, también es transformar vidas, y precisamente esa es la materia con la que trabajamos los docentes día con día, somos el alfarero que moldea una generación futura para un mundo mejor.

De nada sirve tener esperanza y no trabajar por alcanzarla, pues esperar a que cambien los resultados sin hacer nada al respecto es como esperar ver reflejada la buena conducta de un estudiante que en casa poco o nada de valores le han inculcado.

Honduras, un país con una tasa altísima de desempleo, de homicidios y de pobreza, entre muchos otros males, solo es el reflejo de la claudicación de aquellos que la han gobernado durante los últimos años, pues nunca les ha convenido que “la india y hermosa que dormida se encontraba”, más que abrir los ojos abra la mente; muchos dirán que nuestra juventud es inmadura, yo me pregunto: ¿quién es realmente el inmaduro? Pues tenemos una reacción en cadena, en donde si el gobierno no hace su parte, si no brinda las herramientas necesarias para dar una enseñanza de calidad, si no les brinda un mejor estilo de vida a sus ciudadanos, tendremos un rebaño de ovejas que siguen a un pastor que los lleva directo a como se titula una obra de Esteban Echeverría.