Opinión

El 2 de agosto de 2012, esta columna inició una reseña, en siete artículos, del choque de poderes entre el Presidente Roosevelt (FDR) y la Corte Suprema de Estados Unidos.

Esa crisis fue muy similar a la que aquí se avecinaba: pleito entre los tres poderes; la forma del conflicto fue constitucional y su esencia fue política; descalabro económico; un proceso electoral sería el detonante.

Se recordará que FDR tenía razón, pero que su reforma era inconstitucional; y que la CSJ obstruía cambios urgentes para superar el caos económico, pero tenía la razón legal.

FDR perdió porque el pueblo de EUA, que le seguía a donde fuese, en este caso comprendió que el plan del presidente implicaba su control de la CSJ.

Pareció a los electores que la Corte, aunque de momento estorbara la recuperación económica, no debía quedar bajo tutela del Ejecutivo.

A pesar de su poder y popularidad, Roosevelt entendió ese límite y buscó otros medios para aplacar el poder excesivo de la CSJ.

Los artículos mencionados pretendían propiciar un debate público acerca de la convocatoria a una asamblea constituyente, que sería el centro del conflicto.

No hubo debate, y ocurrió lo que aquí se temía: la cuestión central quedó opacada por la confrontación de los poderes públicos, por las dudas sobre el proceso electoral, por las rivalidades personales, y, más peligroso, por el debate sobre la legalidad del proceso de depuración policial.

Tras lo que ha parecido un choque de adversarios políticos y un posible fraude electoral, está el proyecto de una asamblea constituyente para instalar nueva institucionalidad en el país.

Y tras las fuerzas confrontadas, hay intereses de grupos que buscan el control de la economía.

La legalidad de la depuración policial pudo ser examinada y resuelta de manera distinta.

Pero diferencias de fondo demasiado grandes impidieron toda negociación oportuna.

Porque era evidente que la legislación para depurar la policía encontraría obstáculos en la atrasada y reglamentaria Constitución del país.

Sin embargo, la Sala Constitucional extendió la ilegalidad de la aplicación del polígrafo a todo el proceso depurativo.

Los jueces no podían ignorar que el examen poligráfico –cuyo valor había sido exagerado– es apenas una presunción que, como tal, admite prueba en contrario.

Ahí había un espacio para negociar con los otros dos poderes.

Y de repente, la depuración quedó sin base legal y el país indefenso. Es comprensible la ira de los otros poderes.

Pero la reacción del Congreso, ¿fue legal, o, por lo menos, la más adecuada a la situación del país?

Las respuestas no son de aceptación general y provocan más preguntas y dudas.

El problema es por entero político y, como en el caso de FDR, las soluciones vienen dadas por hechos consumados.

A pesar de la niebla que envuelve los alegatos, es claro que los propios poderes públicos han fracturado la frágil institucionalidad del país.

También como en el caso de FDR, el conflicto agrava el descalabro económico del país y el virtual estado de insolvencia del gobierno.

Por otra parte, las próximas elecciones generales son desde ahora cuestionadas.

Nadie puede ignorar los riesgos económicos, políticos y sociales de estas realidades, para todos y para el país. ¿Qué intereses tan importantes están en juego, como para asumir tales riesgos?

Es inquietante que tanto las teorías que pretenden explicar, como las especulaciones que intentan adivinar, ignoran a la gente, a los jóvenes, a los electores, quienes pagarán la cuenta de cuanto ocurra.

¿Es que todavía se cree que todo es posible en Honduras?

¿Es que nada se ha aprendido de las proféticas lecciones del pasado reciente?

Una vez más, pero ahora al borde del abismo, las dirigencias políticas, gremiales, empresariales, sociales, espirituales, deben escuchar el clamor general por un acuerdo nacional que concilie en lo posible los intereses de cada sector con los intereses de la nación y de los hondureños.

Porque no solo es que la concertación nacional, escamoteada durante todo el período democrático, es más necesaria que nunca y la única salida.

Es que por haber sido escamoteada estamos hoy arrimados al abismo.