Las lecciones de los triunfos y las catástrofes de Kissinger

Kissinger dedicó su vida pública a identificar estados y liderazgos capaces de sostener un esquema de balance de poder de carácter mundial

Kissinger fue el más sabio de los líderes de la política exterior estadounidense y el más inconsciente.

vie 8 de diciembre de 2023 a las 8:44

Por Nicholas Kristof/ The New York Times

Henry Kissinger, quien murió a los 100 años el 29 de noviembre, fue el más sabio de los líderes de la política exterior estadounidense y el más despistado, el más previsor y el más corto de miras, el que tiene el mayor legado —y el que más deberíamos estudiar para aprender qué no se debe hacer.

Conocía a Kissinger sólo un poco, pero veo lecciones tanto en sus logros como en sus catástrofes.

Kissinger era intelectualmente brillante y él lo sabía. Tenía una capacidad para ver más allá, percibir posibilidades de cambio y trabajar incansablemente para alcanzarlas. Su familiaridad con la historia, en particular el “concierto de Europa” del Príncipe Metternich a inicios del siglo 19, influyó en su éxito en estrategias de equilibrio del poder y es buen ejemplo de por qué estudiar historia no es solamente para nerds.

A principios de la Administración Nixon, China estaba aislada y en caos, con los Guardias Rojos arrasando el País. Pero Kissinger vio una oportunidad y la alimentó de maneras que llevaron a lo inimaginable: una visita presidencial y, con el tiempo, la normalización de las relaciones y un estallido de comercio. Rusia se sintió superada y después invitó a Nixon a Moscú y firmó un histórico acuerdo de control de armas.

Kissinger vio que la Guerra de Yom Kippur de 1973 no sólo creó una crisis militar sino también una apertura diplomática, y emprendió una frenética diplomacia itinerante que ayudó a sentar las bases para la paz entre Egipto e Israel que transformó a Medio Oriente.

Sin embargo, para ser una persona con tanto colmillo para la diplomacia, estaba ciego ante la fuerza del nacionalismo, y muchos de sus peores errores implicaron desestimar a los países pequeños como peones que debían ser sacrificados —junto con sus habitantes.

“No puedo creer que una potencia de cuarta como Vietnam del Norte no tenga un punto de quiebre”, dijo alguna vez, por lo que amplificó el bombardeo con un terrible costo en vidas humanas. Veía el mundo a través del prisma de una gran potencia y no apreciaba que Vietnam y Camboya no eran sólo fichas de dominó y que el Vietcong no estaba motivado por órdenes de Moscú, sino por un anhelo de tomar las riendas de su nación.

Kissinger cometió un error similar en Bangladesh durante la guerra de 1971 allí, al ponerse del lado de Pakistán mientras masacraba a hindúes y bengalíes por igual.

Murieron cientos de miles de personas, pero triunfó Bangladesh —humillando a EU y debilitando su posición en el sur de Asia.

Algo similar ocurrió en Timor Oriental.

Uno de los mayores errores que EU ha cometido en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial ha sido la incapacidad de apreciar la fuerza del nacionalismo —y Kissinger ejemplificó eso. Los desastres de Estados Unidos en Vietnam, Afganistán, Irak, Irán y otros tantos lugares reflejaron en parte que no estaba al tanto de los agravios nacionalistas.

Como dijo Tucídides al describir una masacre perpetrada por los atenienses en Melos: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. Ése era el ecosistema de Kissinger y él lo dominaba.

Pero eso ya empezaba a cambiar. Después de todo, lo que deshizo a la Unión Soviética no fueron los misiles sino la economía, las comunicaciones y la sociedad civil —impulsadas en parte por los Acuerdos de Helsinki, que Kissinger ayudó a alcanzar en 1975, creando un poquito de espacio para la disidencia en el bloque comunista.

La agenda de política exterior en la era de Kissinger giraba en gran medida en torno a fronteras, control de armas y alianzas. Ahora es más amplia y abarca el cambio climático, la trata de personas, los chips computacionales, los narcóticos, los derechos humanos, las epidemias, la economía y más.

Una de las fortalezas de Estados Unidos durante la mayor parte del siglo pasado en todo el mundo ha sido su poder blando —la admiración por su democracia y sus libertades, el anhelo por sus jeans, películas y videojuegos y el respeto por sus universidades. La indiferencia de Kissinger hacia los derechos humanos y la democracia a veces fortaleció temporalmente el poder duro del País, mientras comprometía su poder blando.

Por lo tanto, considero que Kissinger es demasiado complicado para encajar en la caricatura de estadista heroico o criminal de guerra. Lo que sus admiradores pasan por alto es que cientos de miles de personas murieron innecesariamente por sus tropiezos, y que sus errores en Vietnam, el sur de Asia y otros lugares dañaron la posición de EU. Lo que sus críticos pasan por alto es que redujo el riesgo de guerra entre las superpotencias y en Medio Oriente, al tiempo que impulsaba enormemente el control de armas. En cierto modo, hizo que el mundo fuera más seguro.

¿Cómo podemos aplicar las lecciones de Kissinger, como él lo hizo con las lecciones de Metternich?

En el caso de China, uno de los países que más le importaban a Kissinger, creo que la lección es la importancia de seguir involucrando a Beijing y buscar formas creativas de apaciguar la problemática de Taiwán, por la importancia de evitar una guerra entre superpotencias.

En Medio Oriente, quizás una lección sea que las aspiraciones nacionalistas palestinas de formar un Estado supurarán hasta que puedan cristalizarse y que la “guerra por la paz” (como la llamó Kissinger o cómo la aplica Benjamin Netanyahu) consume vidas sin realmente promover la paz.

Pero, también hay una lección sobre ver esperanza aun en los tiempos más oscuros, sobre tener la imaginación para ver 10 jugadas adelante cómo las partes en conflicto podrían algún día darse la mano. Eso significa tratar incansablemente de acomodar las piezas incluso en los momentos más sombríos, como lo hizo Kissinger durante y después de la Guerra de Yom Kippur, para que, de entre la niebla, finalmente pueda surgir una senda a la paz.

Nicholas Kristof ha escrito unas memorias, “Chasing Hope: A Reporter’s Life”.

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