Impulsa desconfianza a IA para impulsar a la humanidad

Durante cinco días, parecía que OpenAI iba a desmoronarse, hasta que el consejo, presionado por grandes inversionistas y empleados que amenazaron con seguir a Altman, dio marcha atrás

La IA fue el gran tema de conversación cuando Musk y Page se sentaron cerca de una fogata después de la cena la primera noche.

vie 15 de diciembre de 2023 a las 17:14

Por Cade Metz, Karen Weise, Nico Grant y Mike Isaac/ The New York Time

SAN FRANCISCO — Elon Musk celebró su cumpleaños 44 en julio del 2015, en una fiesta de tres días organizada por su esposa en la región vinícola de California. Era sólo para familia y amigos, con niños corriendo por el exclusivo resort en el Valle de Napa.

Esto fue años antes de que Twitter se convirtiera en X y Tesla tuviera un año rentable. Musk y su entonces esposa, Talulah Riley, estaban a un año de renunciar a su segundo matrimonio.

Larry Page, uno de los invitados a la fiesta, aún era el director general de Google. Y la inteligencia artificial había traspasado la conciencia pública sólo unos años antes, cuando fue utilizada para identificar gatos en YouTube —con una precisión del 16 por ciento.

La IA fue el gran tema de conversación cuando Musk y Page se sentaron cerca de una fogata después de la cena la primera noche. Los dos magnates tenían una amistad de más de una década. Pero el tono en esa noche despejada pronto se tornó polémico cuando los dos debatieron si, a final de cuentas, la IA elevaría a la humanidad o la destruiría.

Page describió su visión de una utopía digital. Con el tiempo, los humanos se fusionarían con máquinas de IA, aseguró. Un día habría muchos tipos de inteligencia compitiendo por recursos y ganaría la mejor.

Si eso sucede, estamos condenados, respondió Musk. Las máquinas destruirán a la humanidad.

Con frustración, Page insistió en que se debía perseguir su utopía. Finalmente, llamó a Musk un “especista”, una persona que favorece a los humanos sobre las formas de vida digitales del futuro.

Ocho años después, la discusión entre ambos parece ser profética. La cuestión de si la IA elevará al mundo o lo destruirá ha enmarcado un debate continuo entre fundadores de Silicon Valley, usuarios de chatbots, académicos y reguladores sobre si la tecnología debe ser controlada o liberada.

Ese debate ha enfrentado entre sí a algunos de los hombres más ricos del mundo: Musk; Page; Mark Zuckerberg, de Meta; el inversionista en tecnología Peter Thiel; Satya Nadella, de Microsoft, y Sam Altman, de OpenAI. Todos han luchado por una parte del negocio y por el poder de transformarlo.

Musk y Page dejaron de hablarse poco después de la fiesta ese verano. Unas semanas después, Musk cenó con Altman, quien en ese entonces operaba una incubadora de tecnología. Eso llevó a la creación de OpenAI. Respaldado por cientos de millones de dólares de Musk y otros, el laboratorio prometió proteger al mundo de la visión de Page.

Gracias a su chatbot ChatGPT, OpenAI le ha presentado al mundo los riesgos y el potencial de la inteligencia artificial. Está valuado en más de 80 mil millones de dólares, revelaron dos personas familiarizadas con la última ronda de financiamiento de la compañía, aunque Musk y Altman se han dejado de hablar.

“Hay desacuerdos, desconfianza y egos”, declaró Altman. “Cuanto más cerca están las personas de ser apuntadas en la misma dirección, más polémicos son los desacuerdos. Ves esto en sectas y órdenes religiosas. Hay peleas amargas entre las personas más unidas”.

El mes pasado, miembros rebeldes del consejo de la compañía intentaron expulsar a Altman porque, creían ellos, ya no podían confiar en él para desarrollar una IA que beneficiara a la humanidad.

Durante cinco días, parecía que OpenAI iba a desmoronarse, hasta que el consejo, presionado por grandes inversionistas y empleados que amenazaron con seguir a Altman, dio marcha atrás.

El drama le dio al mundo un primer vistazo de las amargas disputas entre quienes determinarán el futuro de la IA. Pero años antes, hubo una competencia poco publicitada, pero férrea, en Silicon Valley por el control de la tecnología que ahora está transformando rápidamente el mundo.

The New York Times habló con más de 80 ejecutivos, científicos y emprendedores para contar esa historia de ambición, miedo y dinero.

El nacimiento de DeepMind

Cinco años antes de la fiesta en el Valle de Napa, Demis Hassabis, un neurocientífico de 34 años, asistió a una fiesta en la casa de Thiel en San Francisco.

Allí, en la sala de Thiel, había un tablero de ajedrez. Hassabis alguna vez había sido el segundo mejor jugador del mundo en la categoría de menores de 14 años. “Me estuve preparando para esa reunión durante un año”, recordó. “Creí que ese sería una gancho singular: sabía que le encantaba el ajedrez”.

En el 2010, Hassabis y dos colegas, que vivían en Gran Bretaña, buscaban dinero para desarrollar “inteligencia general artificial”, o AGI, una máquina que hiciera cualquier cosa que el cerebro puede hacer.

Thiel se había hecho rico gracias a una inversión inicial en Facebook y a su trabajo con Musk en los inicios de PayPal. Había desarrollado una fascinación por la singularidad, un tropo de la ciencia ficción que describe el momento en que la tecnología inteligente ya no puede ser controlada por la humanidad.

Encantado con Hassabis en la fiesta, Thiel invitó al grupo a volver el día siguiente. Los tres hicieron su argumento de ventas y Thiel y su firma de capital de riesgo pronto acordaron invertir 1.4 millones de libras esterlinas (unos 2.25 millones de dólares) en su startup.

Bautizaron su empresa como DeepMind. En el otoño del 2010, estaban construyendo su máquina de ensueño. Creían que, al comprender los riesgos, se hallaban en una posición única para proteger al mundo.

Unos dos años después, Hassabis conoció a Musk en una conferencia organizada por el fondo de inversión de Thiel. Musk pronto invirtió en DeepMind.

DeepMind contrató investigadores especializados en redes neuronales, algoritmos complejos que identifican patrones en grandes cantidades de datos. DeepMind desarrolló un sistema que podía aprender a jugar videojuegos clásicos de Atari para ilustrar lo que era posible. Esto llamó la atención de Google.

Agitando las cosas

Hassabis siempre les había dicho a sus empleados que DeepMind se mantendría como una empresa independiente. Él creía que esa era la mejor manera de garantizar que no se volviera peligrosa.

Sin embargo, a fines del 2012, Google y Facebook buscaban comprarlo. Los fundadores insistieron en dos condiciones: ninguna tecnología de DeepMind podría usarse con fines militares y su tecnología AGI debería ser supervisada por un consejo independiente.

Google ofreció 650 millones de dólares. Zuckerberg, de Facebook, ofreció un pago mayor, pero no aceptó las condiciones. DeepMind fue vendido a Google.

Cuando Musk invirtió en DeepMind, rompió su propia regla informal —que no invertiría en una empresa que él no dirigiera. Las desventajas fueron evidentes más o menos un mes luego de su discusión con Page. Cuando Google compró DeepMind, Musk estaba fuera. Tres ejecutivos de Google tenían ahora el control: Page; Sergey Brin, cofundador de Google e inversionista de Tesla; y Eric Schmidt, el presidente de Google.

Ocho meses después, DeepMind tuvo un avance: una máquina llamada AlphaGo venció a uno de los mejores jugadores del mundo en el antiguo juego de Go. El juego, transmitido vía streaming por internet, fue visto por 200 millones de personas. La mayoría de los investigadores había supuesto que le tomaría a la IA otros 10 años para lograrlo.

Convencido de que la visión optimista de Page sobre la IA estaba equivocada, y furioso por su pérdida de DeepMind, Musk desarrolló su propio laboratorio.

OpenAI fue fundado a fines del 2015. A fines del 2017, ideó un plan para arrebatarle el control a Altman y los otros fundadores, dijeron cuatro personas familiarizadas con la cuestión.

Cuando los otros se resistieron, Musk renunció y dijo que se concentraría en su propio trabajo de IA en Tesla.

De repente, OpenAI necesitaba nuevo financiamiento. Altman se topó con Satya Nadella, el director general de Microsoft, en una conferencia. Una asociación parecía natural. El acuerdo fue concretado en el 2019.

La develación

Luego de que OpenAI recibió otros 2 mil millones de dólares de Microsoft, Altman y otro ejecutivo, Greg Brockman, visitaron a Bill Gates en su enorme mansión en las afueras de Seattle.

Durante la cena, Gates les dijo que dudaba que los grandes modelos de lenguaje pudieran funcionar. Señaló que se mantendría escéptico hasta que la tecnología realizara una tarea que requiriera pensamiento crítico —aprobar un examen de conocimientos avanzados en biología, por ejemplo.

Cinco meses después, el 24 de agosto del 2022, Altman y Brockman volvieron y trajeron consigo a una investigadora de OpenAI llamada Chelsea Voss, quien había sido medallista en una Olimpiada internacional de biología cuando cursaba la preparatoria.

En una enorme pantalla digital colocada afuera de la sala de Gates, el equipo de OpenAI presentó una tecnología llamada GPT-4. Brockman le dio al sistema una prueba de biología avanzada de opción múltiple y Voss calificó las respuestas. Había 60 preguntas. GPT-4 sacó mal sólo una respuesta.

Para octubre de ese año, Microsoft estaba agregando la tecnología a sus servicios en línea. Y dos meses después, OpenAI lanzó su chatbot ChatGPT, que ahora es utilizado por 100 millones de personas cada semana.

Los optimistas de Page en Google se apresuraron a lanzar su propio chatbot, Bard, pero fue ampliamente percibido que habían perdido la carrera frente a OpenAI. Tres meses después del lanzamiento de ChatGPT, las acciones de Google cayeron un 11 por ciento. Musk no se veía por ningún lado.

Pero era sólo el comienzo.

“Ves esto en sectas y órdenes religiosas. Hay peleas amargas entre las personas más unidas”.

© 2023 The New York Times Company

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