¿Droga psicodélica podría tratar la adicción a los opioides?

Según lo han mencionado algunos médicos y expertos en adicciones que trabajan con ibogaína, los riesgos cardíacos pueden llegar a mitigarse

Martín Polanco, director médico de The Mission Within, supervisa una experiencia alucinógena de un cliente en México.

mar 26 de marzo de 2024 a las 16:30

Por Andrew Jacobs / The New York Times

LOUISVILLE, Kentucky — La ibogaína, un potente psicodélico elaborado de la raíz de un arbusto originario de África Central, desata un viaje desgarrador que puede durar más de 24 horas y puede causar un paro cardíaco repentino y la muerte.

Sin embargo, una serie de pequeños estudios arroja que entre un tercio y dos tercios de las personas adictas a los opioides o al crack y que fueron tratadas con el compuesto en un entorno terapéutico se curaron eficazmente de sus hábitos, muchos después de una sola sesión.

La ibogaína parece ahogar la agonía de la abstinencia y el antojo de opioides, y luego incita en los pacientes un marcado celo por estar sobrios. Ahora, después de décadas en la sombra y con las muertes por sobredosis de opioides superando las 100 mil al año en los Estados Unidos, está atrayendo un gran interés por parte de los investigadores que creen que podría tratar el trastorno por consumo de opioides.

“No exagero al decir que la ibogaína me salvó la vida”, dijo Jessica Blackburn, de 37 años, quien se está recuperando de la adicción a la heroína y tiene 8 años de estar sobria. “Mi mayor frustración es que más personas no tienen acceso a ella”, añadió.

Esto se debe a que la ibogaína es ilegal en Estados Unidos. Los pacientes tienen que viajar al extranjero para recibir tratamiento con ibogaína, a menudo en clínicas no reguladas que ofrecen poca supervisión médica.

Kentucky y Ohio están considerando propuestas para gastar millones de dólares del dinero del arreglo extrajudicial sobre opioides en ensayos clínicos para la terapia con ibogaína. Los investigadores federales de fármacos han indicado una voluntad de permitir que el medicamento sea estudiado nuevamente —más de 40 años después de que los reguladores suspendieron la investigación por preocupaciones sobre los riesgos cardíacos del medicamento. Y la compañía farmacéutica Atai Life Sciences está gastando millones para investigar el compuesto.

“La ibogaína no es una solución milagrosa y no funcionará para todos, pero es el interruptor de adicción más potente que he visto”, dijo Deborah Mash, profesora de neurología en la Universidad de Miami que comenzó a estudiar la ibogaína a principios de la década de 1990.

La ibogaína puede inducir arritmia, que en casos graves puede provocar un paro cardíaco mortal. William Stoops, profesor de ciencias del comportamiento en la Universidad de Kentucky que se especializa en trastornos por uso de sustancias, dijo que estos riesgos hacían que la ibogaína fuera un mal candidato para la consideración regulatoria. Incluso si la ibogaína recibiera la aprobación de la Dirección de Alimentos y Medicamentos de EU, la salud deteriorada de muchos consumidores de opioides a largo plazo, muchos con problemas cardiovasculares, no los haría elegibles para el tratamiento, dijo. Y el alto costo de proporcionar ibogaína en un entorno bajo supervisión médica reduciría aún más el grupo de pacientes potenciales, añadió.

Algunos médicos y expertos en adicciones que trabajan con ibogaína dicen que sus riesgos cardíacos pueden mitigarse. Además de la detección previa al tratamiento y la monitorización cardíaca, los proveedores han descubierto que administrar magnesio antes y durante los tratamientos con ibogaína aborda eficazmente los riesgos.

Martín Polanco, director médico de The Mission Within, un programa clínico en México que ayuda a los veteranos con lesiones cerebrales traumáticas, estrés postraumático y problemas de adicción, dijo que había administrado ibogaína a más de mil veteranos sin reacciones adversas.

En el 2011, Juliana Mulligan, psicoterapeuta y ex consumidora de opioides de Nueva York, sufrió una serie de paros cardíacos después de recibir tratamiento en una clínica de ibogaína en Guatemala. La clínica inadvertidamente le había administrado el doble de la dosis estándar, que normalmente es determinada por el peso corporal del paciente.

Pero Mulligan dijo que no ha vuelto a sentir un solo antojo desde entonces. Luego obtuvo un título en trabajo social y desde entonces se convirtió en consultora de proyectos relacionados con la ibogaína.

Jason Rogers, de 44 años, electricista de Kentucky, dijo que había consumido heroína durante 20 años. Había estado tomando y dejando de consumir metadona durante años, pero el miedo a la abstinencia había frustrado cualquier recuperación significativa. La ibogaína, había oído en la calle, lo ayudaría en su desintoxicación, pero no tiene los 5 mil dólares que cobran las clínicas en México por la terapia.

“Haría cualquier cosa por estar limpio”, dijo. “En este momento necesito un milagro”.

© 2024 The New York Times Company

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