Agricultores galos luchan por sobrevivir

Agricultores europeos, enfrentando regulaciones, competencia no regulada y costos crecientes, están enfrentando una crisis que ha llevado a protestas

Méryl Cruz Mermy y Benoît Merlo crían ganado y cultivan en su granja orgánica en el este de Francia.

sáb 13 de abril de 2024 a las 16:30

Por Roger Cohen / The New York Times

CURTAFOND, Francia — Mirando desde su granja de 105 hectáreas hacia el Macizo del Jura en la distancia, Jean-Michel Sibelle se explayó sobre los complicados secretos del suelo, el clima y la cría que han hecho que sus pollos —patas azules, plumas blancas y crestas rojas con los colores de Francia— sean la realeza de las aves de corral.

El “poulet de Bresse” fue reconocido en 1957 con una denominación de origen similar a la que se concede a un gran vino de Burdeos. Al pasar de una dieta de chinches y gusanos a un atole de harina de maíz y leche en sus últimas semanas sedentarias, el pollo adquiere una suculencia muscular única. “El atole añade un poco de grasa y suaviza los músculos formados en los campos para que la carne quede tierna”, dijo Sibelle.

A Sibelle, de 59 años, parecían apasionarle sus gallinas. Pero se acabó. Exprimido por la Unión Europea y las regulaciones ambientales nacionales, enfrentando crecientes costos y competencia no regulada, no ve ningún sentido a trabajar 70 horas a la semana.

Él y su esposa, María, están a punto de vender una granja que ha pertenecido a la familia desde hace más de un siglo. Ninguno de sus tres hijos quiere hacerse cargo; se han sumado a un éxodo en el que la proporción de la población francesa dedicada a la agricultura ha caído constantemente durante el último siglo hasta alrededor del 2 por ciento.

“Estamos asfixiados por las normas al grado que no podemos continuar”, afirmó Sibelle.

$!“Estamos asfixiados por las normas al grado que no podemos continuar”, dijo Jean-Michel Sibelle, dueño de una avícola.

En las granjas europeas ha estallado la revuelta. El descontento, que lleva a los agricultores a renunciar y manifestar, amenaza con hacer más que cambiar la forma en que Europa produce sus alimentos. Los agricultores enojados están atajando los objetivos climáticos. Están remodelando la política antes de las elecciones al Parlamento Europeo en junio. Están sacudiendo la unidad europea contra Rusia a medida que la guerra en Ucrania eleva sus costos.

“Es el fin del mundo contra el fin de mes”, dijo Arnaud Rousseau, presidente de la FNSEA, el sindicato de agricultores más grande de Francia. “No tiene sentido hablar de prácticas agrícolas que ayuden a salvar el medio ambiente si los agricultores no pueden ganarse la vida”.

La zozobra ha envalentonado a una extrema derecha que se alimenta de agravios y ha sacudido a un establishment europeo obligado a hacer concesiones. En las últimas semanas, los agricultores han bloqueado carreteras y han invadido las calles de las capitales europeas en un estallido perturbador, aunque inconexo, contra lo que llaman “retos existenciales”.

Estos desafíos incluyen los requisitos de la UE de reducir el uso de pesticidas y fertilizantes, ahora parcialmente eliminados a la luz de las protestas. La decisión de Europa de abrir sus puertas a cereales y aves de corral ucranianos más baratos en una muestra de solidaridad se sumó a los problemas competitivos en un bloque donde los costos laborales ya variaban ampliamente. Y en muchos casos la UE ha reducido los subsidios a los agricultores, particularmente si no adoptan métodos más respetuosos con el medio ambiente.

Los agricultores alemanes han atacado eventos del Partido Verde. El mes pasado, esparcieron una mancha de estiércol en una carretera cerca de Berlín que provocó el choque de varios autos, hiriendo gravemente a cinco personas. Los agricultores españoles han destruido hortalizas marroquíes cultivadas con mano de obra más barata. Los agricultores polacos están enfurecidos por lo que ven como competencia desleal de Ucrania.

Fabrice Monnery, de 50 años, propietario de una granja de cereales de 175 hectáreas, dijo que el costo de su riego electrificado se duplicó con creces en el 2023 y los costos de sus fertilizantes se triplicaron, al elevar la guerra en Ucrania los precios de la energía.

“Al inicio de la guerra, en el 2022, nuestro Ministro de Economía dijo que íbamos a destruir económicamente a Rusia”, dijo. “Bueno, es la guerra de Rusia en Ucrania la que nos está destruyendo”.

El alma de Francia es su “terroir”, el suelo cuyas características únicas son aprendidas durante siglos por quienes lo cultivan, pero esas personas se sienten abandonadas. La edad promedio de los agricultores es superior a los 50 años y muchos no pueden encontrar un sucesor. El desarrollo urbano y las zonas industriales invaden granjas altamente mecanizadas que colindan con aldeas desiertas donde las pequeñas tiendas han sido aplastadas por hipermercados que ofrecen carne y hortalizas importadas más baratas.

“Los graduados de las escuelas de élite que dirigen este País —Macron en primer lugar— no tienen idea de la vida agrícola, ni siquiera de cómo se siente un día de trabajo”, dijo Monnery.

Vincent Chatellier, economista del Instituto Nacional Francés de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, dijo que cerca del 18 por ciento de los agricultores franceses viven por debajo del umbral de la pobreza y el 25 por ciento está pasando apuros. Los partidos de extrema derecha en ascenso en todo el continente han aprovechado la ira de los agricultores dos meses antes de las elecciones al Parlamento Europeo.

Puede que los agricultores no aporten muchos votos directamente, pero son figuras populares, incluso veneradas, en Francia.

Cyrielle Chatelain, una legisladora francesa que representa a la región montañosa de Isère y encabeza un grupo de partidos ambientalistas en el Parlamento, dijo que los agricultores estaban enojados principalmente por la forma en que se aplican las reglas. El Pacto Verde estipula, por ejemplo, que los setos, donde anidan las aves, no se pueden cortar entre el 15 de marzo y finales de agosto. Pero en Isère, dijo, ningún pájaro anidaría en un seto el 15 de marzo porque el seto todavía está congelado.

Además de aplazar algunas normas medioambientales, Francia ha cancelado un aumento de impuestos al diésel para vehículos agrícolas. Se ha vuelto contra el libre comercio y ha decidido bloquear un acuerdo con Mercosur, un bloque sudamericano acusado por los agricultores de competencia desleal. La pregunta es cuánto daño causarán esas concesiones al medio ambiente.

Méryl Cruz Mermy y su marido, Benoît Merlo, han ido en la dirección opuesta a la de la mayoría de los jóvenes. En los últimos cinco años, construyeron una granja orgánica de 280 hectáreas en el este de Francia donde cultivan trigo, centeno, lentejas, lino, girasol y otros cultivos, además de criar ganado. Se endeudaron al comprar y rentar tierras.

Si su camino va a conducir al futuro de la agricultura, es necesario facilitarlo, afirmaron.

Merlo, de 35 años, ve una “crisis de civilización” en el campo, donde la automatización significa menos trabajadores, el trabajo es demasiado arduo para atraer a la mayoría de los jóvenes y es difícil obtener crédito para inversiones. Se unió a una protesta debido a su extrema frustración.

Ellos son ambientalistas comprometidos, pero una crisis en el sector de los alimentos orgánicos se ha sumado a sus dificultades. Los consumidores, en apuros, ahora se resisten a los precios más altos. Varios grandes supermercados han abandonado los alimentos orgánicos.

“Tenemos dos hijos, de 3 y 7 años, así que tenemos que ser optimistas”, dijo Cruz Mermy, de 36 años, y agregó: “Miras el futuro —cambio climático, guerra, energía limitada— y parece aciago, pero vamos paso por paso”.

Durante más de un siglo, eso es lo que hizo la familia Sibelle.

En su granja, Sibelle tiene una “sala de premios” lleno de copas y trofeos de plata, porcelana de Sèvres enviada por los presidentes y otros homenajes a la grandeza de sus gallinas de Bresse azules, blancas y rojas, símbolos de una cierta Francia que perdura, pero apenitas.

“Estamos asfixiados por las normas al grado
que no podemos continuar”.

Jean-Michel Sibelle,

propietario de una granja avícola en Curtafond, Francia

© 2024 The New York Times Company

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