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La tragedia de peregrinos en México devasta una humilde comunidad

La noche del accidente se vivió una gran confusión y angustia entre familiares de las víctimas.

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31.07.2015

México

El trágico accidente en el que 26 peregrinos mexicanos murieron atropellados, por un camión de carga que perdió control, ha conmocionado a la empobrecida comunidad campesina de Santa Rosa (Zacatecas, norte), donde vivían al menos una decena de las víctimas, seis de ellas familiares.

Como cada año, la mayoría del centenar de habitantes de Santa Rosa participaba el miércoles en el inicio de las fiestas del Santo Padre Jesús en el cercano municipio de Mazapil cuando un camión con toneladas de arena se estrelló contra la multitud, aparentemente por haberse quedado sin frenos.

Sentados en su humilde vivienda de Santa Rosa, Esperanza Serrano y su esposo hacen, angustiados, un espeluznante recuento de sus vecinos muertos o heridos en el accidente.

'Aquí todos somos unidos, este es un golpe terrible para la comunidad', cuenta a la AFP Esperanza, que no ha podido dormir ni comer por el recuerdo del accidente al que sobrevivieron tanto ella como su marido y su hija de 16 años.

'Íbamos adelante de la procesión y vimos cómo el camión golpeó a vehículos y luego mucha polvareda. Corrí de vuelta y mi hija estaba en el suelo llena de tierra. La encontramos aterrada', relata esta mujer flaca que luce un diente de metal en su escasa dentadura inferior.

- Francisco envía su pésame -

La pareja también está indignada con la huida del conductor del vehículo, conocido en la zona. Testimonios han relatado que saltó del camión cuando aún estaba en movimiento, justo 'antes del último impacto'.

'Si vio que iba sin frenos, hubiera girado para chocar con una pared y hubiera causado menos daño', opina Esperanza.

A unos 200 metros de la casa de la mujer se encuentra la de Jesús Solís Garza, quien perdió a dos hijos, un nieto y tres sobrinos en Mazapil.

La familia de este agricultor, conocido en este semidesértico y hermoso valle como 'Don Chuy', acudió la tarde del jueves a su humilde vivienda de concreto y techo de lámina para la entrega de los féretros.

Por el camino de tierra que cruza Santa Rosa llegó una desvencijada camioneta con el ataúd gris de Catalina, la hija de Solís de 48 años. Dos niños con heridas del accidente en las piernas lloraron sin consuelo por haberse quedado sin su madre.

'Don Chuy', con sombrero ranchero y el rostro surcado, también se derrumbó cuando arribaron los cuerpos de su hijo Julio y su nieto Francisco Javier, de 17 años.

'Es muy duro', fueron las pocas palabras que alcanzó a pronunciar entre lágrimas.

Desde el Vaticano, el papa Francisco se declaró 'vivamente apenado' por esta tragedia en una misiva enviada por el Vaticano a la diócesis de Zacatecas y en la que el prelado expresa su 'sentido pésame' a los familiares de las víctimas.

- 'Vivos de milagro' -

La noche del accidente se vivió una gran confusión y angustia entre familiares de las víctimas que tardaron horas en saber si sus seres queridos habían muerto o estaban entre el más de centenar de heridos.

El jueves, el dolor recorría esta comunidad de precarias viviendas desperdigadas entre plantaciones de maíz y frijol, donde apenas hay conexión telefónica pero sí se ven algunas antenas de televisión satelital.

El núcleo de Santa Rosa se sitúa alrededor de su pequeña iglesia, a la que regresaron el jueves algunos jóvenes que se fueron del pueblo para buscar trabajo en ciudades próximas como Saltillo o Monterrey.

Junto a un féretro que colocaron encima de dos bancos de madera, Valente Solís explica que en Santa Rosa todos los vecinos se conocen porque la mayoría va a trabajar en los mismos campos y, unos pocos, en las minas de oro y plata que hay en los alrededores.

Con la mirada perdida, Solís dice que se le murieron tres sobrinos.

Filiberto Campos, el párroco del municipio de Mazapil, al que pertenece Santa Rosa, destacó en la mañana frente a los enviados del gobierno federal que a esta comunidad pertenecían al menos una decena de los 26 muertos, cuatro de los cuales son niños de entre uno y cinco años.

Sentados uno frente al otro, Esperanza y su esposo trataban de alejar sus traumáticos recuerdos y asumir que simplemente tuvieron más suerte que sus vecinos.

'De milagro estamos vivos, viejo', reconoció Esperanza.