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La infanta Cristina en el ojo del huracán

  • 07 abril 2013 /

La hija de los reyes de España es una mujer competitiva, obstinada y amante del deporte, especialmente de la vela.

Segunda hija de los reyes de España, la infanta Cristina, que el miércoles se convirtió en el primer miembro de la realeza española imputado en un caso de presunta corrupción, se desmarcaba por su imagen de princesa moderna. El viernes le fue suspendido el interrogatorio a la infanta para el 27 de abril.

La imagen de desenfado y afabilidad de esta rubia y sonriente infanta de 47 años ya había comenzado a resentirse desde que su marido, Iñaki Urdangarin, fue imputado por presunta malversación de fondos públicos en el denominado ‘caso Nóos’.

“El deterioro de la imagen de la infanta Cristina no tiene vuelta de hoja, al menos en mucho tiempo”, explicaba ya antes de la imputación, el profesor de Historia

Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid Emilio de Diego.

“La infanta Cristina siempre fue la hija díscola de la familia, creo que por ahí empezaron algunos de los errores del monarca en el plano familiar”, por ejemplo “tolerar que ingresara en una entidad privada como La Caixa sin renunciar a su carácter de infanta”, añadía.

El ‘caso Nóos’ dañó gravemente la popularidad de la Casa Real y la de la princesa, diplomada en ciencias políticas.

Hasta hace poco vinculada con actividades culturales, sociales y de carácter asistencial, fue directora del Área Social de la Fundación La Caixa, en Barcelona.

También rompió la imagen de esposo modélico que desde su suntuosa boda el 4 de octubre de 1997 tenía Urdangarin, actualmente apartado de los actos oficiales de la familia.

Fue al contraer nupcias cuando el rey Juan Carlos I concedió el título de duquesa de Palma a su hija, séptima en la línea sucesoria detrás del príncipe heredero Felipe y sus dos hijas, y de su hermana mayor, la infanta Elena y los dos hijos de ésta.

“Competitiva y obstinada”

Nacida el 13 de junio de 1965 en Madrid y gran aficionada al deporte, especialmente a la vela, Cristina conoció a Urdangarin en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, en los que éste ganó la medalla de bronce con la selección española de balonmano. “Le gustan los hombres musculosos, deportistas, altos y sexis”, aseguraba el escritor Andrew Morton, biógrafo de Lady Di, que acaba de publicar el libro “Ladies of Spain. Sofía, Elena, Cristina y Letizia: entre el deber y el amor”.

“Es enormemente competitiva y obstinada”, añade Morton, que afirma que fue Cristina quien tomó la iniciativa de cortejar a Urdangarin.

La pareja vio nacer a su primer hijo, Juan Valentín, el 29 de septiembre de 1999 en Barcelona, la ciudad que la infanta había elegido para vivir, lejos de la casa del rey. Después llegarían Pablo Nicolás un año más tarde y Miguel el 30 de abril de 2002. Su única hija, Irene, nació el 5 de junio de 2005.

En 2009, Cristina, que repartía su tiempo entre su familia y sus numerosas actividades institucionales y culturales, no dudó en mudarse con su familia a Washington, donde Urdangarin fue nombrado consejero del gigante español de las telecomunicaciones Telefónica.

Fue allí donde les sorprendió el escándalo Nóos, en el que primero fue imputado su esposo, quien declaró por primera vez ante el juez a finales de 2011, sospechoso junto a un exsocio de haber desviado dinero público.

En agosto de 2012 la familia regresó a Barcelona mientras proseguía la instrucción de un caso en el que Urdangarin siempre defendió que la infanta no tenía ninguna implicación.

Mediante un comunicado, La Zarzuela apartó a Iñaki Urdangarin de los actos oficiales de la familia real el 12 de diciembre de 2011 por el caso de Nóos.

“La infanta Cristina no sabía nada de esto, es posible, pero el aumento de su fortuna personal, todo eso no puede ser ignorado por una cónyuge que está muy unida a su marido”, consideraba la escritora Pilar Urbano, autora de varios libros sobre la Familia Real, dando a entender que la opinión pública ya había juzgado a Cristina incluso antes de su imputación. “En España lo que se ha perdonado siempre muy mal es lo de llevarse el dinero, y si eso coincide con una circunstancia de crisis generalizada, despierta unos sentimientos terriblemente hostiles”, concluye el profesor De Diego.