Hondureños en el Mundo

'Me vine por la violencia y la impunidad”: Hondureña en España

Migrantes que cicatrizan en otras tierras tras las heridas de la violencia. Carmen se fue del país después del asesinato de su padre...

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21.09.2016

Barcelona, España
Carmen Juárez
es una joven mujer excepcional. Lo es en Honduras, España o en cualquier otra parte. La vida la ha tratado con dureza, pero con la fuerza de un taladro ha roto lo que para alguien en sus circunstancias pareciera imposible y escrito sobre piedra.

Su trayectoria personal no es idéntica a la de ningún otro inmigrante hondureño, aunque su punto de partida es mucho más común de lo que se quisiera. Sus opiniones son fuertes, como fuerte es ella, pero apuntan en todo caso a lo que hoy entiende como la mejor reacción posible para aprovechar las oportunidades que le ofrece vivir en otro país.

Creció en un pequeño municipio de cuyo nombre no quisiera acordarse. De niña sufrió en primera persona la violencia que desgarra a Honduras y que deja cicatrices profundas que no se ven en la piel. Con 19 años aprovechó la oportunidad de volver a empezar que su hermano mayor, quien antes se había ido ilegal hacia Estados Unidos, que le ofreció en forma de un boleto de avión hacia España.

Él no quería que ella tomase el camino al norte por los riesgos que eso implica, de la misma manera que la madre de ambos no quería que su hijo mayor se quedase en su pueblo por el riesgo que implica para un joven acabar en una pandilla o como víctima de una.

Carmen tomó ese vuelo hace una década. Desde entonces vive en Barcelona, donde con su trabajo se saca adelante a sí misma y ayuda a sus familiares en Honduras. No ha vuelto desde que salió de Toncontín, pero su dinero y sus intenciones sí.

Carmen sigue adelante con su vida en su nueva realidad, pero sin olvidar los temas más fuertes que antes marcaron su vida.

Carmen sigue adelante con su vida en su nueva realidad, pero sin olvidar los temas más fuertes que antes marcaron su vida.

“Decidí venir por la violencia y la impunidad sobre todo. Me marcó lo que le dijeron a mi madre cuando entraron a nuestra casa y asesinaron a mi padre frente a nosotros. Tenía nueve años y era la segunda de cinco hermanos. Al poner la denuncia, la Policía le dijo ‘póngase a trabajar, señora, que tiene cinco hijos que tienen que comer’. Eso es lo que terminó haciendo mi madre. Ponerse a trabajar, día y noche, sin estudios, en un país en el que no hay ayuda social como aquí”, cuenta con un acento y selección de palabras distinto, fruto de la vida en España durante 10 años, pero con un rencor engendrado en su infancia por un dolor que difícilmente encuentre reparación.

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“De haberme quedado creo que me hubiera suicidado. A raíz de lo de mi padre pasé una depresión terrible, sobre todo cuando entré a la adolescencia. Al llegar a España empecé a trabajar duro para ayudar a mi madre y hermanos, y de paso saqué cursos de catalán y otros estudios para llegar un día a un puesto alto. Porque este es el problema. La gente en este país nos ve como los limpiaculos de España. Como los latinoamericanos en general solo hacemos trabajos sin calificación, terminamos dando pie a que se forme esa imagen. Tenemos que aspirar a puestos más altos. Quiero llegar a ser trabajadora social y que cuando alguien llegue al mostrador se encuentre a una inmigrante, con el pelo rizado y morena de piel. Que la gente se acostumbre a que nosotros podemos también. Si no inmigrante es sinónimo de trabajo precario y no tendremos voz para que se nos escuche”, comenta con la convicción que la mueve en esta etapa de su vida.

Hoy lucha como bien puede para superar las desventajas de su pasado y compaginar sus aspiraciones con una vida normal para una mujer de 29 años en Europa. Desde el 2010 tiene el permiso de residencia, y desde hace un tiempo mantiene una relación estable con un hombre catalán con quien comparte sus horas de sueño y el poco tiempo libre que le queda.

“Tienes una vida normal porque tienes que seguir adelante. Tienes tu pareja y tienes que vivir. Empiezo con los estudios a las 8:00 de la mañana y acabo a las 3:00. Luego trabajo de 4:00 a 10:30 de la noche como auxiliar de enfermería cuidando a ancianos y personas discapacitadas, para lo cual estudié antes en el Instituto Bonanova de Barcelona. Estudio integración social, que es un título que me servirá para acceder a la universidad y por mientras trabajar en acción social o enfermería”.

Llegar hasta este punto del camino no ha sido fácil para esta trigueña de pelo colocho que no renuncia a sentirse hondureña.

“Al llegar no sabía ni usar el transporte público. A los pocos meses conseguí un trabajo cuidando a una persona mayor. Tenía que estar 24 horas en su casa, por lo que tampoco tenía mucho margen para integrarme. Quise matricularme en la escuela pensando que el proceso era como en Honduras, pero al intentar hacerlo lo primero que me preguntaron es si ya había hecho la preinscripción. Como no lo había hecho perdí un año entero de estudios por no saber cómo funcionaba el sistema. Fue conociendo a personas de aquí que aprendí cómo funcionaban las cosas y a sacar provecho de ellas”.

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Aún con la necesidad de sobrevivir y mandar dinero a Honduras antes que pensar en sus aspiraciones personales, Carmen logró retomar sus estudios solo para encontrar nuevas dificultades heredadas de sus años anteriores.

Sentarse en una terraza a calle a tomar un café, una cerveza o un refresco es algo que muchos hondureños descubren en Barcelona.

Sentarse en una terraza a calle a tomar un café, una cerveza o un refresco es algo que muchos hondureños descubren en Barcelona.

“Cuando empecé el grado medio tuve problemas porque tenía grandes errores de ortografía. Pero me gusta leer, así que yo misma fui a la librería y me compré un libro de sexto grado de primaria para saber dónde iba cada punto y coma. Para el trabajo final del grado medio nos pidieron una síntesis y mi nota fue 10. El maestro me dijo que fui la mejor, pero no se me dio a mí el reconocimiento porque no lo había escrito en catalán, ya que entonces no lo escribía bien”, comparte con satifasfacción agridulce al recordar lo logrado.

“Tienes que demostrar el doble cuando eres un inmigrante”, explica Carmen, quien por otro lado reconoce también la importancia de que los migrantes se tomen la molestia de aprender la lengua propia del lugar que los recibe.

Su historia, cree ella, no es la más común entre los hondureños en España. “Esto requiere de mucho esfuerzo y no mucha gente está dispuesta a hacerlo. Creo que venimos con la moral tan minada de nuestros países que cuando llegas aquí y ya tienes un trabajo para comer cada día te das por satisfecho”.

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Por esto, añadiendo a su bulto de responsabilidades ha cargado sobre sus hombros sin que nadie se lo pida trabajar como activista de derechos de inmigrantes para ayudar a la comunidad hondureña en España. Una comunidad hondureña con la que es autocrítica porque en no pocas ocasiones prefiere gastar su dinero antes que ahorrar o darle mejor uso. Aún más, no logran organizarse para ayudarse entre sí mismos, como lo hacen otras comunidades.

“Quiero hacerle ver a la gente que porque te compres unos trapitos y te pongas ‘súper mono’ no estás haciendo nada, porque si no ahorras ni estudias dentro de cinco años cuando te quedes sin trabajo te vas a estar comiendo tu propia mierda. Hace falta un tejido social para aprovechar mejor las oportunidades”, cuenta con la crudeza de quien no tiene tiempo para contemplaciones.

Por esta razón será citada en otras notas de esta serie. Porque su voz, siempre fuerte y siempre en defensa primero de aquellos como ella, resulta clara para escuchar distintas facetas del fenómeno de hondureños que emprendieron el viaje hacia España.

Actualmente, Carmen Juárez está a punto de terminar la formación técnica que estudia y que le abrirá la puerta para ingresar en la universidad. “Más que enfermería quiero estudiar acción social, aunque sea más difícil la admisión a esta carrera en la universidad pública”, concluye esta hondureña que lleva un promedio de 8.5 sobre 10 en España trabajando a la vez más de 30 horas a la semana para sostener a su familia en Honduras y pagar a su hermano menor una carrera en la UNAH.

Además, Carmen se encuentra a la espera de los resultados de su examen para recibir la nacionalidad española. Tras diez años en este país tendrá la oportunidad de ser parte de él como en papel tiene la oportunidad de ser parte de Honduras.

Con el Mediterráneo tan cerca de ella y las costas nuestras tan lejos, y aún cuando ya empieza a cosechar para sí misma los frutos de haber vivido un tercio de su vida en Barcelona, Carmen todavía piensa en volver. “Claro que quiero volver pero, ¿qué voy a hacer allá con tanta corrupción y violencia?”.

Como tantos otros, ella no solo salió en busca de las oportunidades que ofrece un país que funciona, sino para que su vida retoñe lejos de la sangre derramada mientras se siga derramando, al igual que el esfuerzo de personas honestas que no prosperan bajo la corrupción y la desigualdad extrema.

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La dura infancia de Carmen constrasta con la que los niños tienen en la ciudad en la que ahora vive.

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Caminar sin miedo por la vía pública a cualquier hora del día es algo que los hondureños en España consideran igual o más valioso que el dinero que pueden ganar.

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