Tegucigalpa

Delincuentes le ponen precio a la paz en la capital de Honduras

El cobro del “impuesto de guerra” casa por casa les genera a los delincuentes millonarias ganancias.

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25.04.2013

Nota de Redacción

La voz de los capitalinos, acallada por los extorsionadores, solo clama por un poco de paz.

Esa paz que en tiempo récord ha adquirido un alto precio, pues ninguna persona, por humilde que sea, se salva de la maldad y la saña de los delincuentes.

El terror se apoderó de las víctimas y los relatos aquí publicados fueron obtenidos casi como un “secreto de Estado”.

Cada entrevista, cada testimonio y cada historia fue proporcionada por los protagonistas vía teléfono, sin grabaciones ni gráficas. Algunos decidieron a última hora no permitir su publicación.

En aras de proteger sus vidas, hemos cambiado los nombres y los lugares en que se han producido estos hechos que solo son una pequeña muestra de la diversificación del delito.

La zozobra se ha vuelto el inquilino indeseado en la capital y aunque en la mayoría de los casos, las víctimas de la extorsión no se atreven a denunciar el hecho ante las autoridades

Tegucigalpa. El estado de indefensión en el que habitan los capitalinos de las zonas marginales de las ciudades de Tegucigalpa y Comayagüela ha tejido una industria de intimidación, donde los delincuentes se creen dueños de la paz.

Los extorsionadores bajo amenazas y persecuciones a familias enteras le han puesto precio a la vida y la tranquilidad de los vecinos cobrando cuotas de entre 1,000 a 5,000 lempiras mensuales, por dejarlos vivir en las comunidades.

La paz y la tranquilidad migraron de diferentes barrios y colonias de la capital de Honduras. Los ciudadanos viven encarcelados en sus propios hogares, esperando que en cualquier momento, por medio de una llamada o una visita intimidante, los amigos de lo ajeno los despojen de sus pocos recursos económicos.

EL HERALDO realizó un recorrido por varios de los barrios y colonias donde los habitantes pagan una cuota mensual a los extorsionadores a cambio de una pizca de paz.

Las personas consultadas sobre el intocable tema atribuyen el accionar de grupos de “cipotes” de la zona que se han asociado para someterlos a sus exigencias. Otros no dudan en afirmar que la misma Policía está detrás de ese velo de intimidación y soborno al que están sometidos y de rodillas.

Y es por esta certera confabulación entre los agentes del orden y los delincuentes que muchos de ellos solo se atreven a relatar sus historias a través del escudo del anonimato.

En los barrios y colonias afectados es común ver a los agentes que prometieron servir y proteger a la población departiendo con los grupos de extorsionadores, aseguran.

Entre susurros, los residentes manifiestan que en muchas colonias como la suya, los delincuentes se toman la “molestia” de tocar la puerta de las viviendas de sus víctimas para cobrar el “impuesto de guerra”.

Asimismo, a inicios de año el delito se diversificó en cuatro modalidades.

Según los afectados, los extorsionadores introducen sobres blancos por debajo de la puerta para cobrar la cuota del mes.

Por otro lado, hacen llamadas al azar a los teléfonos fijos de las residencias para extorsionar con cantidades en recargas de entre 1,000 y 2,000 lempiras.

Pero la más temible modalidad del delito son los secuestros temporales de familiares que son liberados hasta que se entrega la cuota impuesta por los malhechores.

Asimismo, han mejorado su “recaudación” enviando cartas de soborno a los centros de trabajos de sus víctimas.

En las llamadas telefónicas la forma de intimidación de los delincuentes es asegurar a la persona que están extorsionando y amenazarla con liquidar a su familia si no envían las recargas. La entrega de sobres se hace casa por casa y en un lapso de unas horas los delincuentes pasan a recoger su cuota.

Para evitar ser identificados, los miembros de las bandas utilizan “banderas”, -espías que vigilan las casas donde se cobrará la cuota- para anunciar a los hechores cuándo es el momento más indicado para cobrar.

“Acá había un temor terrible porque los pandilleros andaban dejando un sobre por debajo de las puertas de las viviendas para que las familias introdujeran su cuota. Gracias a Dios a mí no me lo dejaron, pero en la mayoría de casas del bloque sí”, aseveró casi en secreto de confesión doña “Tomasa”.

En colonias como La Villa Cristina, Villa Franca, Villa Unión, El Pantanal, José Ángel Ulloa, Centroamérica Este y Oeste, Las Mercedes, Estados Unidos, La Era, 28 de Marzo, Villa Nueva, San Francisco y El Carrizal, entre otras, los vecinos pagan su cuota para alcanzar un poco de sosiego.

“Las cartas del terror llegaron a mi oficina”

Una secretaria y madre soltera que con sacrificio compró una vivienda con el fruto de su esfuerzo, se vio obligada a abandonar el hogar donde albergaba los recuerdos de la vida familiar junto a su hija.

En la hora del almuerzo recibió una tarjeta que parecía una invitación a un evento social, pero era la puerta a un tortuoso camino de soborno.

Dentro de la tarjeta encontró fotografías de su hija, una joven universitaria que lleva años trabajando en proyectos de desarrollo.

“Si no nos entregan 100 mil lempiras en una semana, tu hija sabrá lo que es sufrir”, decía la misiva.

Atemorizada, doña “Valeria” solicitó apoyo a su jefe para que le permitieran ubicar a su hija y llevarla a un lugar seguro, los compañeros de trabajo de la joven contribuyeron y la sacaron en un vehículo blindado, propiedad del jefe de la empresa donde trabajaba, para reunirla con su madre en un lugar neutral.

“Ese mismo día huimos fuera del país, estuvimos fuera un lapso de seis meses, nuestra casa quedó botada con todo, nunca regresamos, nos da temor que nos ubiquen los extorsionadores”, relata con terror la madre.

Ambas mujeres trabajan ahora en el interior del país en pequeños proyectos, para poder cambiar de domicilio constantemente y evitar ser contadas entre las víctimas de los extorsionadores.

“Mi casa es ahora una sucursal del narcomenudeo”

La falta de empleo orilló a don “Roberto” a dedicarse al comercio. Su buen tino con la compra-venta de todo tipo de artículos, lo llevó a vivir de esta actividad. Sus viajes, el constante cambio de vehículo y la remodelación de su casa fueron la miel que atrajo a los delincuentes a su vida.

“No sé ni como empezó todo esto, primero asaltaban a mi esposa e hijos, les robaban celulares, tabletas electrónicas y hasta los zapatos, cosas sin importancia, lo extraño es que esto se repetía cada 15 días”, afirma.

Los constantes hurtos a su familia lo llevaron a sospechar que había alguna banda de asaltantes y con algunos vecinos interpuso una denuncia.

Pero al cabo de un mes recibió llamadas intimidantes solicitando dinero, él se limitaba a escuchar las amenazas y nunca pagó.

Pero un buen día mientras se dirigía a su hogar, una motocicleta le cerró el paso, uno de los pasajeros le apuntó con un arma mientras se bajaba y le dijo: “Ahora por no empezar a pagar nos debes 400 mil para la otra semana” y partieron.

“Esto pasó en plena luz del día, por gracia de Dios, pues no había nadie en la casa y aproveché para llamar a toda mi familia y decirles que no volveríamos y que huyéramos. Con lo poco que andaba ajustamos para irnos al interior, todos en diferentes rutas y lugares, así fue que nos salvamos”, relató.

Ahora don “Roberto” asegura que lo que sabe de su casa es que es un punto de venta de narcomenudeo y que los delincuentes se adueñaron de todo lo que pudieron para venderlo a precios de gallo muerto.

“Abandonamos nuestros sueños”

“Marcela” inició un nuevo trabajo que llevó prosperidad a su hogar.

Junto a su esposo logró remodelar su casa y matricular a sus hijos en una escuela bilingüe para poder darles la oportunidad de saber un segundo idioma: el inglés.

Su felicidad empezó a opacarse con la llegada de cartas anónimas que dejaban tiradas en el estacionamiento de su hogar.

“Al principio no le di importancia porque me pedían que dejara 100 a 500 lempiras en el sobre debajo de las piedras de una jardinera de la colonia”, manifestó.

Como ella nunca cedió a la petición, unas tres semanas después le enviaron otra carta, pero esta vez el sobre contenía fotografías de ella y su familia en labores cotidianas como en la entrada de la escuela, el salón de belleza o el supermercado.

“Esa vez me asusté mucho, querían que dejara 5,000 lempiras. Esa misma noche llame a mi esposo y me dijo que no le prestara importancia que tomáramos más medidas de seguridad, que solo querían asustarnos para sacarnos dinero”, dijo.

Pero a la mañana siguiente los malhechores secuestraron a su esposo en su propio auto y le pidieron a “Marcela” 35,000 lempiras para devolverlo. “Saqué un préstamo, entregué el dinero y lo liberaron, fue un día terrible, esa misma madrugada huimos con solo algunas cosas”, relató.

La vivienda de esta joven pareja permanece abandonada.

'Tenemos a 'Mariana', su hija, pague ya”

Ring, ring... Ring, sonó el teléfono de “Martha”, -tenemos a su hija Mariana para que pague ya, deje de llorar y busque el billete-, le replicó una voz aguda.

Doña “Martha” llevaba tres años pagando 15 mil lempiras mensuales a un grupo de delincuentes, pero la enfermedad de su madre obligó a que ese mes desajustara la cuota.

“Me eché a llorar en un mueble mientras encontraba la manera de juntar ese dinero, solo tenía 5,000 lempiras, tomé lo que pude y me fui a una casa de empeños”, relató.

Entre una refrigeradora, aparatos de cocina y un congelador logró que le prestaran el dinero requerido. Mientras ella cerraba el empeño, un joven en una bicicleta le seguía.

“¡Dios Santo!, que no le hagan nada a mi niña, este ‘bandera’ no me va a dejar denunciar, ¡voy a cerrar esa pulpería!, ¿le digo a mi madre?”... eran algunos pensamientos que pasaban fugaces por su mente.

Al salir de la casa de empeños y sin mediar palabra el joven espía le arrebató el dinero... “Regresá a tu casa, allí está ya tu hija”, le gritó.

Al llegar a su hogar encontró a “Mariana” llorando en un sillón. Nunca interpusieron la denuncia... pero después del aterrador episodio no le quedó de otra que migrar de la colonia en la que había vivido 24 años.

Hoy doña Martha vive en su pueblo de origen y recuperó algo de paz.

Han pasado casi seis meses y esta familia capitalina aún no supera el trauma que les causó la extorsión.

Siempre que transitan por las calles, miran hacia todos lados -como si se tratara de un delirio de persecusión-. Le temen a todas las personas que se les acerca y cambian de rutas todos los días.

Migración

Debido a la constante ola de sobornos y para sortear una vida en el terror, muchos capitalinos han emigrado de sus hogares para recuperar su paz. La mayoría de las casas abandonadas por sus propietarios son habitadas por los delincuentes, pues en muchas ocasiones obligan a sus víctimas a traspasar los bienes a nombre de uno de los cabecillas de las bandas, o simplemente se adueñan de los inmuebles.

En otros casos, y para preservar sus vidas, los propietarios proceden a la venta de su residencia por medio de agencias de bienes raíces.

Y es que según los reportes de las autoridades policiales entre finales de 2012 y lo que va de 2013 se han recuperado unas 20 viviendas que fueron invadidas por malhechores.

En colonias como la Villa Franca, Villa Cristina y 28 de Marzo, así como en el barrio El Chile, es común ver hileras de viviendas abandonadas por sus propietarios a causa de la extorsión.

Tibios avances

Las autoridades de la Fuerza Nacional Antiextorsión (FNA) reconocen que es difícil contabilizar el número total de colonias, negocios y víctimas de este delito que cada vez cobra más fuerza, pues fue hasta el año pasado se empezó a registrar el ilícito.

Con el apoyo conjunto de la Policía Nacional, la Fiscalía de Delitos Comunes del Ministerio Público y las Fuerzas Armadas se ha logrado desarticular unas 12 bandas que se dedican a esta industria del terror.

Las acciones se ven empañadas por la liberación de algunos de los cabecillas de las bandas por falta de pruebas o de denuncias de las víctimas que ratifiquen sus delitos.

En lo que va de 2013 se ha logrado registrar 291 denuncias, detener a 90 supuestos implicados en el delito y judicializar 39 casos.

Tanto en las oficinas del FNA o vía teléfono se recibe una denuncia cada 4 o 12 horas.

La vida de los denunciantes se protege bajo el amparo de testigos protegidos, pese a ello aún muchas víctimas no se atreven a exponer su terrorífica historia en manos de los extorsionadores.

El director de la Policía Nacional, Juan Carlos Bonilla, reconoció que el delito de la extorsión ha crecido no solo en la capital, sino en todo el país.

“Este fenómeno ha crecido, pero por eso también haremos crecer las acciones y los controles en los centros penitenciarios, que se han convertido en universidades del crimen”, afirmó.

Según Bonilla, la lucha contra este delito ha tenido resultados y espera que con las acciones progresivas que ejecutan los 95 investigadores encargados de la FNA se obtengan mejores resultados.

“Tenemos a los mejores hombres de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas trabajando, pero esta tarea es de todo el Estado en su conjunto para acabar con el delito”, aseveró.

Sin embargo, la población solicita acciones contundentes y en tiempo presente, no en futuro, como suelen hablar las autoridades.

¿Dónde acudir?

Las víctimas pueden hacer la denuncia a los teléfonos de la Fuerza Nacional Antiextorsión: 2291-0350, 96-41-8480 y 9574-1341, o acudir a las oficinas ubicadas en la Dirección Nacional de Servicios Especiales de Investigación (DNSEI).