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El último viaje

20.12.2014

SERIE 1/2

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

FOTO. Cuando José vio la fotografía del muchacho en La Prensa se puso de pie de un salto.

“¡Yo lo conozco!” –gritó, asustado–. “Yo vi antenoche a este chavo”.

Su compañero, el guardia de seguridad, se acercó a él para ver el periódico, y después la aseadora, que dejó el balde, la escoba y el trapeador a un lado. Vieron la fotografía por unos momentos pero no mostraron ninguna reacción. No conocían al muchacho que señalaba José.

A este lo encontraron muerto a unos quinientos metros del desvío de La Barca, en la carretera a Santa Rita, a eso de la una de la madrugada. Lo habían estrangulado.

“El asesino es un hombre fuerte –dijo un detective de homicidios cuando llegó al reconocimiento del cuerpo–, las marcas de los dedos están claras en la piel. Le quebró la tráquea y no tardó mucho en matarlo. Además, eran casi de la misma estatura, tal vez un metro setenta cuando más. Veamos algo…”

LA DNIC. Hemos dicho siempre que, a pesar de las limitaciones, los hombres y mujeres de la Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC, dan lo mejor de sí, incluso la propia vida. El problema es que les ponen unos directores que piensan como extraterrestres, que creen que los muchachos pueden hacer magia en las calles y que solo porque son comisionados de Policía son mejores que el Chapulín Colorado. A “Yéi Ló” se le ocurrió ponerles corbata a los agentes.

Es que, como no hay pisto para comprar esposas, ¿deben amarrar con las corbatas a los delincuentes? O, ¿es que la corbata es la nueva arma de destrucción masiva contra la delincuencia? Ahora debe obligarlos a usar perfumes finos, aritos de Milla Guirst y hasta lencería de Victoria’s Secret porque los delincuentes deben ser seducidos, no reprimidos, y en vez de balas, los agentes deben tirarles besos a los criminales. Por aquello de los derechos humanos de los inhumanos. Pero, a pesar de tanta “genialidad”, los agentes de la DNIC se esfuerzan por hacer bien su trabajo.

“Estoy en esto porque me gusta –dice un detective al que no le importa ser identificado–, y hago mi trabajo porque es mi deber. Aquí habemos muchos comprometidos con esto, hombres y mujeres, aunque a veces empujemos las patrullas para que encienda, aunque tengamos que ponerles combustible de nuestro propio dinero y aunque tengamos que comprar nuestra propia munición… Mire, Carmilla, usted no sabe lo bien que uno se siente cuando detenemos a un delincuente, cuando lo sacamos de la calle… Es un pícaro menos, y al detenerlo estamos evitando más delitos, aunque eso solo parezca una gota de agua en el mar. Para nosotros es horrible ver gente honrada muerta, asesinada para robarle un celular, niños violados, viudas, huérfanos, taxistas y buseros asesinados por la extorsión… Por eso soy policía, porque alguien tiene que proteger a la gente, y alguien tiene que enfrentarse a los delincuentes…”

Este detective es el que llegó a la escena del crimen, en la carretera a Santa Rita, una madrugada calurosa, a reconocer el cadáver de un hombre joven que había sido estrangulado…

CADÁVER. Estaba vestido de negro. Jean y camiseta pegados al cuerpo, calcetas pequeñas y faja delgada, con hebilla dorada. Era joven, de veintiún años, no muy alto, fornido, pelo corto, fijado con gelatina, cejas delgadas, labios carnosos y ojos claros.

“Tenía los ojos entreabiertos –dice el detective–, con hilos de sangre, la lengua entre los dientes y las marcas de dedos en el cuello. Tenía puesta la camiseta al revés, o sea, lo de adelante para atrás, el pantalón estaba desabrochado y el ruedo izquierdo le cubría parte del pie. No tenía calzoncillos ni zapatos. La faja estaba suelta. ¿Qué significaba esto? Que lo vistieron después de matarlo. Lo mataron desnudo. Se olvidaron de ponerle el calzoncillo y los zapatos. Alguien tenía prisa por deshacerse del cuerpo.”

Varias preguntas iban resolviéndose en la escena del crimen.

El detective es uno de los mejores agentes que ha tenido la DNIC, alumno de Gonzalo Sánchez, el mejor criminalista de Honduras, y uno de los policías que se actualiza constantemente.

“Mire –dice–, la DIC tiene buenos elementos, solo hay que enseñarles más sobre investigación criminal. Si tenemos mejores investigadores, la inseguridad baja, pero con estos jefes que nos ponen… Por eso es que está la ATIC… Bueno… Mejor sigamos con el caso…”.

MISTERIO. “Este es un crimen entre homosexuales –dijo el detective, paseando la luz del foco por el cadáver–… Al menos, la víctima parece un sexoservidor… A menos que sea un metrosexual… Solo quiero ver algo…”

Se agachó sobre el cuerpo, bajó un poco el pantalón y, con el pulgar y el índice derechos como pinzas, cogió el pene.

“Más luz” –dijo.

Había restos de heces en el glande y en el prepucio.

“Es posible que este hombre mantuviera una relación antigua con su asesino –agregó, levantándose, mientras se limpiaba los dedos en el pantalón–. No usaba condón para tener sexo con él. Esto quiere decir que se conocían desde hacía mucho y se tenían confianza. Vean si tiene documentos personales”.

No tenía.

“Bueno –dijo el detective–, hay que esperar que venga el fiscal… Avisen a los de dactiloscopia para que le tomen las huellas digitales y que alguien esté pendiente por si llegan a buscarlo los familiares… Dejen que la gente de Canal 6 lo grabe. Tal vez alguien lo reconoce en las noticias y nos ayuda a identificarlo. Así vamos a tener también su número de teléfono celular…”

“Y, ¿si se acababa de conocer con el asesino…? ¿Qué pasa si al asesino no le gustan los condones?”

“Es posible pero, a estas alturas, me inclino por la hipótesis de que se conocían y que tenían algún tiempo de relacionarse… Este muchacho se ve fino, usa ropa elegante y cara, tiene bonita piel y huele bien, a perfume caro, del que dura… Creo que alguien lo recogió en algún lado, donde se habían citado. Seguramente se llamaron por teléfono. Esto lo vamos a saber cuando tengamos el número. Lo fueron a traer a un lugar específico y se fueron a un motel, lo más seguro. No veo señales de violencia en el cuerpo, quizás lo atacó cuando estaba adormecido, o desprevenido… La víctima no tuvo tiempo para defenderse, aunque… ¡algo se me pasó…!”

SEÑALES. El detective volvió a agacharse frente al cadáver, levantó una mano helada del muerto y pidió más luz. Luego levantó la otra. Allí estaba lo que buscaba. Las uñas largas, bien cuidadas, mostraban que el muchacho sí trató de defenderse. Había hundido las uñas en los brazos de su asesino y algunas tenían restos de sangre y piel, y también varias hormigas. La uña del índice izquierdo estaba quebrada y la del pulgar separada un poco de la carne. Era la que más sangre tenía.

“Bueno –dijo el detective–, creo que este chavo era zurdo. Hizo más fuerza con la mano izquierda, y parece que el asesino cometió algunos errores. Se citó con él, que era su amante, por supuesto, lo fue a traer, llegaron a un motel, supongamos por ahora que es un motel porque allí hay mucha facilidad para matar, meter el cadáver al carro y sacarlo sin testigos… Bien. Tuvieron sexo sin protección y después, por alguna razón, discutieron, o tal vez no… Es posible que el asesino ya hubiera planificado matarlo… Si es así, ¿por qué? ¿Trataba de ocultar algo? ¿Estaba chantajeándolo su amante? ¿El asesino es un hombre casado, con familia, con hijos y con nombre y posición? ¿Por qué matar al muchacho después de tener sexo con él? ¿Quién puede ser el asesino?”

Las preguntas iban multiplicándose.

“Mire, Carmilla –sigue diciendo el detective–, yo me puse a pensar que el asesino era fuerte, tal vez de la misma estatura, o un poco más alto que la víctima… Lo que tenía seguro era que el asesino hacía mucho ejercicio y que tenía brazos y manos fortalecidos… Pero no me imaginaba a qué podía dedicarse… Tal vez era fisicoculturista… Tal vez era militar o tal vez era policía… Lo que si tenía claro era que no estaba detrás de un cargador de bultos del mercado… Tenía que ser alguien con alguna buena posición, con dinero y con un buen carro, una camioneta o algo así…”.

El cadáver lo metieron en una bolsa negra, lo subieron al carro de Medicina Forense y se lo llevaron a la morgue. Varios detectives se quedaron en la escena buscando alguna pista, algo que pudiera pertenecer a la víctima. Zapatos, el calzoncillo, la billetera con los documentos, el teléfono celular…, algo… Pero llegó la mañana y se dieron por vencidos. El cadáver.

DENUNCIA. Eran las seis y minutos de la mañana cuando una mujer vestida con pijama y con una bata encima llegó a la oficina de la DNIC a denunciar a su marido porque le había pegado… Tenía un moretón en un pómulo, restos de lágrimas en las mejillas, el pelo alborotado y cólera en los ojos. Acababa de bajarse de un Toyota Camry del año, sin placas y con los vidrios polarizados… Tenía sangre en las manos y exigía que la atendieran porque “ese maldito me quiere matar”.

FOTO. “¿Estás seguro que lo viste antenoche en el cuarto?”

El vigilante había visto una vez más la fotografía del periódico, mientras su compañero, asustado, la miraba y la remiraba. La aseadora había recogido el balde y, arrastrando el trapeador y la escoba, se había retirado…

“¡Sí, es él…! –dijo, casi gritando, el hombre, pálido y temblando–. Yo lo vi cuando se besaba con el otro hombre… Vine a cobrar el alquiler de la habitación… Él me pagó con un billete de quinientos… Cuando regresé con el vuelto, la ventanita estaba abierta y los vi besándose… Primero estaba vestido con una camiseta negra… Cuando regresé ya estaba desnudo, sin la camiseta, pero con el pantalón… Lo vi bien porque vino a traer el dinero… Es él… Estoy seguro…”

“Y el otro hombre, ¿cómo era?”

El hombre cerró el periódico, miró al guardia, no dijo nada y se dejó caer en una silla… Estaba helado…”

En tres años que tenía de trabajar en el motel, era la primera vez que pasaba por aquello… Y tenía miedo…

“¿Y si el otro me vio?”

La pregunta salió de sus labios como un murmullo…

“Tenés que avisarle a la Policía”.

El detective agrega:

“Cuando el vigilante le dijo que tenía que avisarle a la Policía, él no contestó… Tenía miedo”.

“¿Por qué?”

El detective sonríe.

“¡Pucha, Carmilla! Lea bien el expediente… No todo se lo vamos a contar nosotros”.

Continúa la segunda parte