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La singular historia de las hermanas Brontë: Tres mujeres marcadas por una vida peculiar

Algunos seres no desaparecen como gotas en la lluvia sino que dejan un rastro visible. Las Brontë constituyen uno de esos maravillosos casos

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24.03.2018

¿Quién no ha oído hablar de novelas como “Cumbres borrascosas” o “Jane Eyre”? Quien no haya leído las novelas tal vez haya visto las películas que se rodaron con sus argumentos. Pero en esta ocasión, la historia que vamos a relatar no está sacada de una novela, sino que es la verdadera historia de las personas que escribieron las novelas; en este caso, tres mujeres. Tres mujeres marcadas por una vida peculiar.

En medio de un terreno agreste de la campiña inglesa, concretamente en Haworth, Yorkshire, vivía en 1820 el pastor Patrick Brontë, hombre de fe. Un hombre hecho a sí mismo y que dio una educación exquisita y muy ecléctica a todos sus retoños, lo cual, teniendo en cuenta que cinco de sus hijos fueron mujeres, no deja de sorprender.

La muerte asomó desde bien temprano al hogar de los Brontë, y pronto la familia quedó reducida al patriarca y cuatro de sus seis hijos, tres chicas y un chico.

A pesar de los apuros y dificultades económicas, el reverendo Brontë se encargó de que sus cuatro hijos supervivientes fueran instruidos en idiomas, pintura, etc., y les dio acceso permanente a su propia biblioteca, en la que no solo había libros de teología, sino de gran variedad de filósofos y escritores, como Platón, Tucídides, Thackeray, Byron, Sand, Dante...

Una educación ciertamente peculiar para la época, encorsetada en ciertas normas y que, desde luego, no veía con buenos ojos ese despliegue ecléctico de sabiduría y esa aparente manga ancha del reverendo, que permitía ese tipo de estudios no solo a su hijo varón, sino a sus tres hijas. Incluso permitió a una de ellas, Emily, no asistir a la iglesia.

Estos maravillosos seres, las tres hermanas, crecieron como juncos salvajes y plenamente integradas con el ambiente natural y agreste que las rodeaba, conectadas plenamente con la naturaleza y el sentido de lo sagrado de un modo que debió de ser sorprendente para la época.

Desde bien temprana edad, la vocación de las tres hermanas despuntó hacia las letras. La poesía y la novela eran parte de su mundo, de un modo tan natural como respirar.

Encerradas en su casa, las tres juntas se dedicaban a escribir fantásticas aventuras desarrolladas en los mundos de Gondal y Angria, mundos que ellas mismas crearon en compañía de su malogrado hermano.

A pesar de que debieron ausentarse para ganarse el sustento como institutrices, volvían una y otra vez a su hogar, incapaces de permanecer mucho tiempo separadas y atrapadas en unas convenciones sociales que las ahogaban y marchitaban.

Las hermanas Brontë eran unas raras avis salvajes y delicadas que enfermaban, como nos indican sus cartas, cuando debían enfrentarse a un mundo que no solo no las entendía, sino que, de algún modo, repudiaba su necesidad de escribir, de sacar la belleza de su interior a través de la pluma y la tinta.

Conjugando su necesidad de permanecer juntas y poder ganarse el sustento, intentaron crear una pequeña escuela que les permitiría ambos objetivos, pero el proyecto acabó en fracaso y decidieron probar fortuna publicando sus poemas bajo seudónimo masculino (los hermanos Bell); quizá el destino no quiso privarnos de su voz...

Los tres hermanos Bell tuvieron una acogida escasa, pero este primer paso les dio alas para lanzarse a la publicación de sus primeras novelas, auténticas joyas de la literatura: “Jane Eyre” de Charlotte, “Cumbres borrascosas” de Emily y “Agnes Grey” de Anne ven la luz bajo el seudónimo de los hermanos Bell.

La fama que pronto encumbra a Charlotte, la mayor de las Brontë, gracias a su “Jane Eyre”, no puede mitigar la pérdida a la que se ve sometida, ya que Emily y, unos meses después, Anne, mueren de tuberculosis.

Charlotte edita de nuevo las novelas con sus verdaderos nombres e intenta por todos los medios mantener los nombres de sus hermanas libres de barro, debido a lo escandalosas que resultaron sus novelas para ciertos sectores de la sociedad. Charlotte continúa escribiendo durante seis años más, pero finalmente, ella también muere.

Patrick Brontë sobrevive a su último vástago seis años más, y después los Brontë desaparecen de la tierra como si nunca hubieran existido.

Quizá si estas maravillosas mujeres no hubieran tenido la osadía de desafiar las leyes de los hombres y seguir una ley que les hacía dar voz a sus pensamientos, dar alas a la belleza que atesoraban como su bien más preciado, no habríamos recibido sus obras, pruebas de su genio, de su luz.

Seguro que el mundo sería mucho más gris si sus textos no hubieran llegado hasta nosotros.

Emily, Charlotte y Anne merecen nuestra gratitud por ser valientes y dejarnos compartir parte de esa maravillosa vida interior que ardía como un fuego inconmensurable en los fríos y aparentemente desolados parajes de Yorkshire.

“¿Cree usted que puedo quedarme, sabiendo que no significo nada para usted? ¿Me toma por un autómata, por una máquina que ni siente ni padece, por alguien capaz de soportar sin más ni más que le arranquen de la boca su pedazo de pan, y le birlen del vaso unas gotas de agua vivificadora? ¿Cree que por ser pobre, insignificante, vulgar y pequeña carezco de alma y de corazón? Pues se equivoca. Tengo un alma y un corazón tan grande como los suyos; y si Dios hubiera tenido a bien dotarme de belleza y fortuna, le aseguro que le habría puesto tan difícil separarse de mí como lo es para mí dejar Thornfield“ (“Jane Eyre”, Charlotte Brontë).