Crímenes

Grandes Crímenes nos trae esta semana: El caso del doctor codicioso

03.03.2018

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres y se omiten algunos detalles a petición de las fuentes.

Codicia. He visto de todo en la vida, y de los grandes males que padece el hombre, el más destructivo es la codicia. Envuelve a los seres humanos en una espiral de incontrolables ambiciones, destruye vidas, separa a las familias y aleja al hombre de Dios, y, al final, todo queda en lágrimas, humillación y vergüenza.

¡Ah, codicia, codicia, raíz de todos los males, mujer adúltera y perversa que arrastras al ingenuo como toro al degolladero! ¡Un sacrificarlo todo por lograr un nada!

Michelet Cherenfant

Misionero adventista

1924-2013

Tomado del libro:

“En el seno de mi alma II”

de Emec Cherenfant

Diagnóstico
“Señora –dijo el psiquiatra, segundos después de volver a su escritorio y de dejarse caer en el sillón de espaldar alto–, siento decirle que el mal que padece su esposo es irreversible… La ciencia humana ya no puede hacer nada por él”.

Las palabras del médico salían de su boca con acento doloroso y miraba a la mujer con sincera empatía. Esta, una anciana sencilla, vestida con humildad, peinando canas y luciendo dignamente sus arrugas, miraba a su esposo con lágrimas en sus ojos grises y, con una mano llena de pecas y algo marcada por la artritis, le acariciaba la cabeza blanca, sin saber qué decir.

“Lo siento mucho, señora –agregó el psiquiatra–, pero él ya no sabe quién es usted… Es más, él ya no reconoce a nadie de su familia; el alzhéimer ha destruido sus recuerdos, ya no tiene pasado y no piensa en el presente ni en el futuro. No puede leer ni escribir, no volverá a hablar y ya no podrá valerse por sí mismo…”

Algo se atoró en la garganta del médico y calló. Frente a él estaba don Carmelo, sentado en su silla de ruedas, vestido con pulcritud, sereno como el cielo de verano de su vieja Nacaome, viendo sin ver, en silencio, agitando de vez en cuando una mano y desplegando los labios en una sonrisa. A su lado estaba ella, siempre fiel, la mujer que lo acompañó toda su vida, dedicándole aquellas lágrimas como un tributo de su corazón.

“¿Hay alguna posibilidad de que mejore, doctor?” –preguntó, entonces, uno de los hijos, con acento triste.

“Ninguno –respondió el psiquiatra–; todo lo contrario. De aquí a un tiempo corto va a empeorar… Es el alzhéimer…”

“¿Qué dicen los exámenes?”

“La tomografía y la resonancia magnética están limpias, no hay tumor cerebral o accidente cerebrovascular…”

“Pero… las otras enfermedades que tiene, doctor…”

El psiquiatra abrió el expediente de nuevo y leyó en silencio; luego, dijo:

“Ninguna de las enfermedades que tiene causa el alzhéimer, aunque sí lo incapacitan físicamente… Recuerde que estamos hablando de un hombre de noventa años…”

“Jamás volverá a trabajar… –murmuró la esposa–; y tanto que le gustaba el trabajo…”

“Señora –musitó el psiquiatra–, su esposo está incapacitado física y mentalmente… Desde ahora es como un recién nacido…”

La mujer suspiró, los hijos se acercaron a ella y don Carmelo trató de ponerse de pie.

“Hay que cuidarlo” –dijo el psiquiatra.

“Tiene un médico de cabecera, doctor –respondió el hijo mayor–, y dos enfermeras; por esa parte no hay problema”.

El psiquiatra cerró el expediente. La consulta había terminado. Don Carmelo sonreía, se había puesto de pie y caminaba hacia la salida de la clínica del brazo de su esposa. Con un gesto se despidió del doctor. Murió varios meses después, en su cama. Fue una muerte tranquila, a pesar de la diabetes, el cáncer de colon y la debilidad de su corazón.

Herencia
El duelo duró nueve días, el recuerdo de aquel hombre bueno duraría para siempre en el corazón de quienes lo querían. Su esposa lo extrañaría cada segundo de su vida.

“Fueron tantos años juntos” –decía, mientras las lágrimas brotaban literalmente de sus ojos.

“Pero, ¿cómo es posible que les haya hecho esto? ¿Qué le haya hecho esto a su familia, a su propia familia que tanto lo cuidó?”

Nadie dijo nada.

“Él estaba muy enfermo”.

“¡Por eso mismo no creo que haya hecho eso! –gritó el hijo mayor–. Mi papá no era ningún tonto”.

La madre no dijo nada.

“Abogado –agregó el hombre, con la cólera marcada en el rostro–, ¿qué es lo que vamos a hacer? Esa no es la firma de mi papá”.

“Ya lo sé”.

“¿Entonces?”

“Ese testamento es falso… Mi papá jamás le hubiera dejado todas sus cosas a esa mujer… ¡Jamás! Trabajó toda su vida para su familia…”

En los últimos días de su vida, don Carmelo hizo un nuevo testamento, y en él le dejaba toda su fortuna a una mujer joven, de buena presencia y de fácil sonrisa, que no tardó mucho tiempo en empezar a vender y a traspasar a otras personas las propiedades que había heredado de parte de don Carmelo.

“¿Por qué le iba a dejar todo a esa mujer? –preguntó uno de los hijos–. ¿Por qué? ¿Qué tenía que ver mi papá con ella?”

“Nada, que yo sepa”.

“¿Creés que don Carmelo…?”

“Eso ni pensarlo… Mi papá pasó los últimos veinte años de su vida peleando con muchas enfermedades… Me consta que se había retirado de esas cosas… no porque lo haya decidido, sino porque ya no podía… La naturaleza también tiene límites”.

“Entonces, ¿por qué le dejó todas sus cosas a esa mujer si no tenía nada con ella?”

Testamento
“Yo, Carmelo Remigio Yánez Rodríguez, mayor de edad, casado, con hijos y en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, por este medio declaro que dejo en herencia a la señora Adelina XXX todas mis posesiones, las que describo a continuación: Fabrica de sal Tortuguita, dedicada a la producción y distribución de sal marina en todo el país y en Centroamérica; Agrícola Sol, dedicada a la producción de melón, sandía, caña de azúcar, maíz y frijol; hacienda La Virtud, con su ganado y todo lo que hay en ella y sirve para la producción y comercialización de lácteos; Camaronera Mar y Tierra, y las siguientes casas y edificios…”

La lista era larga y llenaba varios pliegos de papel sellado. Al final estaba la firma, clara y legible, de don Carmelo, refrendada por el abogado y notario. Era el último testamento del difunto y anulaba al anterior. Era la ley y debía cumplirse la última voluntad de don Carmelo.

Guerra
“Ese testamento es falso…”

“¿Por qué?”

“Primero, porque mi papá jamás le hubiera dejado sus cosas a esa mujer; segundo, porque cuando se hizo ese testamento, mi papá estaba muy enfermo y ya no podía valerse por sí solo”.

“El médico de cabecera dice lo contrario. Asegura que don Carmelo estaba en pleno goce de sus facultades físicas y mentales y que él fue testigo de sus deseos de hacer un nuevo testamento para dejarle todo en herencia legal y legítima a Adelina XXX. Además, asegura que don Carmelo hablaba, pensaba lúcidamente y dictó de su propia voz todas y cada una de las propiedades que están descritas en el testamento… Así lo hizo delante del abogado”.

“Entonces, lo que dijeron los psiquiatras…”

“El médico de cabecera de su papá dice que estaban equivocados porque él, que lo atendía a diario, puede dar fe de que don Carmelo tenía en perfecto estado sus facultades físicas y mentales y, por tanto, podía tomar sus propias decisiones y hacer con sus cosas lo que él quisiera… como, en efecto, lo hizo…”

“Eso lo vamos a ver en los juzgados…”

“Pero mientras eso pasa, la mujer está haciendo traspaso de propiedades y empresas a otras personas…”

“¿Qué vamos a hacer?”

“Demostrarle al juez que don Carmelo jamás pudo dictar ni firmar ese testamento, y evitar, por mientras, que esa mujer siga traspasando o vendiendo las cosas…”

“Eso dependerá del juez”.

Juez
Nacaome es una ciudad bonita, llena de recuerdos y tradiciones y que camina hacia el modernismo. Su gente es amistosa y agradable y, a pesar del calor sofocante, es trabajadora. Aquí vivió toda su vida don Carmelo, y aquí hizo su fortuna, una fortuna de incontables millones… que había heredado a una desconocida.

“Esa mujer engañó a mi papá”.

El juez miró por un instante al hombre, que llevaba la desesperación en el rostro.

“Está traspasando las propiedades…”

El juez bajó la mirada.

“Está en su derecho… Según este testamento es la heredera legítima de su padre”.

“Pero ese testamento es falso; por eso lo estamos impugnando, y ya contratamos al doctor Denis Castro Bobadilla para que demuestre científicamente que mi papá estaba incapacitado física y mentalmente para realizar cualquier tipo de acto, y menos uno como ese de dictar y firmar un testamento... ¡si ni siquiera podía hablar!”

El juez revisaba el expediente.

“Basta con ver la fecha en que fue firmado el testamento, señor juez, para saber que mi papá ya estaba incapacitado. Un mes antes, dos psiquiatras dictaminaron que el mal de alzhéimer había destruido todas sus facultades mentales y que era como un niño al que tenía que hacérsele todo porque ya no podría valerse por sí mismo, y el doctor Castro dice que va a demostrarle al juzgado que don Carmelo no pudo hacer testamento jamás”.

Silencio.

“Ese testamento es falso”.

Trama
Todo iba cuesta arriba para los hijos de don Carmelo. Pero…

“¿Sabés a quién esa mujer le está traspasando las cosas de tu papá?”

La voz del abogado era grave y mostraba sorpresa. Ni siquiera se habían cumplido los nueve días del entierro.

“¿A quién?”

“A la esposa del doctor que atendía a don Carmelo”.

“¿Qué?”

“Y hay algo más, todavía”.

“¿Qué es?”

“Adelina, la supuesta heredera, es la amiguita especial del doctor…”

“¿Cómo así?”

“La novia…, la amante, pues…”

Siguió a esto un silencio largo y pesado.

“¿Y le está traspasando las propiedades a la esposa del doctor?”

“Así es”.

Todo iba tomando forma.

“Así que el doctorcito fue el que armó el plan de falsificar el testamento y certificó él mismo que don Carmelo estaba en pleno uso y goce de sus facultades físicas y mentales al momento de firmar el testamento… Y se lo dejó todo a la amante del doctor… Una vez muerto don Carmelo, con el testamento tomaban propiedad de todo y la amante del doctor se lo traspasaría a la esposa del doctor, como en realidad están haciendo… Una trama bien armada…”

“Una trama que no les va a funcionar –dijo el doctor Denis Castro, cuando le explicaron todos los detalles del caso–, simplemente, porque cometieron un grave error…”

“¿Cuál es doctor?”

“El que ya todos sabemos –respondió el doctor Castro–, fechar el testamento un mes después de los dictámenes de los dos psiquiatras que atendían a don Carmelo y que dicen que el paciente era incapaz física y mentalmente… Eso vamos a demostrarle al juez”.

Nota final

Era la trama perfecta. El doctor de cabecera dijo que don Carmelo estaba perfectamente, a pesar del alzhéimer avanzado que padecía, y a pesar del cáncer, de la diabetes, etcétera. Hizo testamento a favor de su novia, esto es, la novia del doctor, y esta quedó millonaria a la muerte del señor. Luego, la bondadosa novia compartió su herencia con la esposa de su novio. Pero no contaban con Denis Castro Bobadilla.

“Era imposible, señor juez –dijo el doctor en el juzgado–, que don Carmelo dictara un testamento, enumerando cada una de sus propiedades, y después firmara ese testamento… Él no pudo hacerlo porque el alzhéimer destruyó su capacidad mental y ya no hablaba, no recordaba nada, no reconocía a nadie, ni siquiera a su esposa y a sus hijos…”

El doctor Castro hizo una pausa.

“Los dictámenes de los psiquiatras son claros, sin embargo, señor juez, voy a explicarle paso a paso, el daño que causa el alzhéimer en el paciente, y más en un hombre de noventa años, como era don Carmelo… Primero…”

La trama se deshizo pero, hasta el día de hoy, no se ha castigado a nadie por fraude, falsificación, apropiación indebida, abuso de confianza… Y sería bueno saber qué opina sobre esto el Colegio Médico de Honduras, así como en el caso de los dos médicos que certificaron la muerte de un hombre que estaba vivito y coleando y en cuyo ataúd enterraron dos bolsas de cemento Bijao, y todo para cobrar un millonario seguro de vida; o el caso del médico que violó a su paciente de nueve años, en su propia clínica, o el de los doctores que olvidaron conectar bien el electrocauterio para operar a una niña, y le quemaron una pierna hasta el hueso… O el del médico que le extirpó la matriz a una mujer de cincuenta y dos años, matriz que estaba perfectamente bien, pero como el doctor tenía que conseguir la prima para un BMW de su esposa, operó a la mujer para ganarse el dinerito… Y faltan muchos casos más, como el de la interdicción civil de Mario Zelaya, en los que sería bueno saber qué opina el Colegio Médico y qué hará el Ministerio Público.