Hondureños en el Mundo

La triste historia de una hondureña que falleció en su trayecto a EE UU

Quería trabajar como mesera en un restaurante para enviar dinero a su madre en Honduras, quien sufría cáncer de ovario, la misma enfermedad que le quitó la vida a su hermana.

06.08.2014

Nueva Jersey, Estados Unidos

Vivian cruzó la frontera el mes pasado. La joven de 23 años y ojos oscuros no portaba más identificación que una marca de nacimiento en el pecho.

Su coraje fue alimentado por su esperanza de encontrar tan siquiera un trabajo de salario mínimo como limpiadora o mesera a un restaurante de New Jersey. Este trabajo le permitiría mandar dinero a Honduras para el tratamiento de quimioterapia de su madre, quien sufre de cáncer de ovario.

Ella perdió a su hermana por la misma enfermedad. Tenía al menos que intentar salvar a su madre del mismo destino.

La familia de Vivian en Honduras estaba dependiendo de ella. Cada uno había pedido prestado dinero para contribuir con los 6 mil dólares que pedían los 'coyotes' para transportarla hacia Estados Unidos.

El primer 'coyote' llevó a Vivian desde su pueblo en Honduras, por Guatemala y México. Cuando llegó a San Miguel Alemán, un pueblo que en la frontera con EE UU, pidió prestado un teléfono para llamar a su primo Wilson, quien vive en Nueva Jersey para informarle que cruzaría el siguiente día.

Wilson pudo escuchar el cansancio en su voz, pero al tiempo que se relajaba, se oía emocionada, como la pequeña niña que él recordaba de su infancia en San Pedro Sula. Le dijo a Vivian que viajara con Dios y colgó el teléfono.

Días pasaron en silencio hasta que una llamada le llegó del 'coyote' que había llevado a Vivian desde Honduras hasta la frontera.

Él estaba pasando información del segundo 'coyote', quien había cruzado a Vivian. Estaba muerta.

Wilson susurró por el teléfono '¿qué quiere decir con que está muerta? Acabo de hablar con ella hace unos días, estaba bien, estaba en camino para acá'.

El 'coyote' le dijo que lo sentía, pero que el otro hombre le había dicho que estaba muerta a causa de un ataque de asma o enfermedad respiratoria. Habían tenido que dejar su cuerpo en una carretera de Texas.

'Ella no tenía asma', gritó Wilson. 'Jugaba fútbol, podía correr sin parar. No le entiendo. ¿Qué quiere decir? ¿Dónde está?'.

Wilson empezó a llorar, a ahogarse. Se calmó y finalmente empujó la puerta para salir. 'Dame el número del otro tipo', demandó Wilson por el teléfono y lo anotó.

Mientras marcaba el número en su teléfono, Wilson sentía la cabeza ligera. El segundo 'coyote' le aseguró que Vivian estaba muerta y que su cuerpo estaba a 100 yardas de la autopista en la ruta 285, entre Hebbronville y Falfurrias, Texas.

¿Qué se suponía que tenía que hacer con esta información, con su cuerpo? Él quería regresarlo a casa, con su madre.

Los días pasaron.

En la biblioteca, Wilson miraba fijamente a la computadora. Tecleó ruta 285, Hebbronville, Texas en Google y vio las imágenes de un cementerio improvisado de cruces hechas a mano y flores de plástico. La voz monótona de las noticias de la noche decía: 445 muertes en 2013, 35 cuerpos encontrados en lo que va del año, 10 no descubiertos por cada uno, meses sin lluvia y temperaturas alcanzando más de 100 grados por días. Habían historias del tráfico de personas, secuestros, ¿pero dónde estaba Vivian? ¿Como pudo creer que ella estaba muerta? Tal vez la secuestraron, pensaba Wilson.

El teléfono sonó. 'Mi nombre es Miguel. ¿Puedo hablar con Vivian?' Wilson pudo sentir que las palabras se formaban en su boca. 'Vivian está muerta, se murió'.

'¿Que? La acabo de ver. La conocí en la frontera. No, no puede ser, hablamos por horas'.

'¿Dónde estás?', cuestionó Wilson.

El hombre explicó que él y Vivian habían acordado ponerse en contacto cuando encontraran trabajos, él en Florida y ella en Nueva Jersey. Él le dio el número telefónico de Juan, quien estaba en el grupo de Vivian cuando cruzaron a Estados Unidos. El jefe americano de Juan había pagado a los coyotes para que pudiera regresar a su trabajo en Wisconsin.

Mientras Wilson marcaba el número, recordó a Vivian vestida en blanco por la procesión de semana santa en la catedral. Ella no pudo haber tenido más que 6 y el 12. Su madre había cocinado tamales. 'Buenas, hello', contestó una voz.

Wilson explicó quién era y que estaba intentando conseguir información sobre su prima, Vivian. Hubo silencio. Luego, una voz cansada empezó a contar la historia.

Estaban caminando sin fin bajo un calor insoportable, pero Vivian logró caminar con los demás hasta que pararon por un descanso y para usar el baño. Ella regresó al grupo y les dijo que pensaba que la había mordido una serpiente.

No había podido ver en la oscuridad, pero había sentido la mordida. A la luz del fuego, le lavaron la herida y presionaron su piel para sacarle el veneno. Juan continuó contando que la siguiente noche, aumentaron el ritmo de su camino y la condición de Vivian empezó empeorar, por lo que se cayó. Él la sostuvo en sus brazos bajo el sol, pero sus labios tenían un color azul y ella murió con la cabeza descansando sobre sus piernas.

Wilson le agradeció a Juan por su amabilidad para su prima Vivian, la niña de 23 años con ojos oscuros y una marca de nacimiento en su pecho.

El día siguiente, Wilson regresó a su trabajo. El día de pago, le envió dinero a la madre de Vivian para su próxima cita de quimioterapia.

La autora de la historia, Cynthia Inman Graham, vive en Manahawkin. Esta es una historia real y solo los nombres fueron cambiados para proteger identidades.

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