Honduras

Las remesas alimentan una economía, pero de consumo

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22.09.2016

tegucigalpa

Cuando algo que sucede de forma accidental se convierte en parte incorporada de la forma de vida de un país, deja de ser un hecho accidental. La emigración masiva de hondureños, que se disparó a partir de la catástrofe del huracán Mitch en 1998 y que sigue más fuerte que nunca, ha cambiado de forma significativa el tejido de nuestra economía y el tejido de nuestra sociedad. La pregunta clave tras más de una década recibiendo remesas familiares es ¿qué tanto nos conviene este modelo no planificado de desarrollo económico, en el que exportamos ciudadanos que huyen de la pobreza, violencia y otras calamidades?

Las remesas reportaron 3,649.8 millones de dólares en 2015. Apenas un 4.2% de ese dinero viene de España, pues la inmensa mayoría viene de Estados Unidos; un país que, mientras se escribe este trabajo, debate sobre si cerrar definitivamente sus puertas a la inmigración ilegal. Esa cantidad que suman las remesas es superior a la producción total de la industria manufacturera; el sector más grande de nuestro PIB. Aún más, suman poco más de tres veces la inversión extranjera directa en Honduras en ese mismo año. Nuestros emigrantes que salen a otras tierras a realizar labores poco calificadas son, por lo tanto, nuestro principal “producto” de exportación. A la vez, son los principales inversores en Honduras, ya que su dinero viene de afuera para los suyos, que se quedaron aquí.

Pero aunque la emigración masiva de su población es algo que han tenido que vivir muchísimos países a lo largo de su historia, es importante entender qué tanto provecho deja a Honduras el hecho de que casi un millón de sus ciudadanos manda dólares que se riegan, como rocío en la madrugada, sobre una tierra sedienta de medios para subsistir y proyectos de desarrollo que nos permitan una forma de vida digna y sostenible con el tiempo. Sin embargo, paralelo al incremento de emigrantes, la producción nacional que se vende en mercados y supermercados ha mermado ante los productos que también vienen del extranjero. Las remesas, tristemente, son mayoritariamente el carburante para mantener encendida nuestra insostenible sociedad de consumo sin producción suficiente; algo que no deja nada para el mañana.

Ahorro mínimo

De acuerdo con la última encuesta semestral del BCH sobre el envío de remesas, el 97.6% de los migrantes encuestados aseguró que los beneficiarios de las remesas destinan ese dinero principalmente para cubrir necesidades básicas o de consumo corriente: alimentación, medicinas y servicios médicos, educación, transporte, adquisición de otros bienes y servicios no duraderos, y otros no determinados. Es decir, sus parientes pagan el precio de vivir a la distancia para que ellos usen ese dinero casi exclusivamente en consumo. Y es preocupante pensar que muchos de nuestros migrantes ganan entre 1,000 y 3,000 dólares mensuales; una cantidad de dinero que podría ser muy difícil de ganar para cualquier profesional en Honduras, no digamos para algunos de ellos si les toca volver a Honduras, ya que son muchos los que no han cursado estudios universitarios.

Lo sorprendente es que apenas un 2.4% de los encuestados dijo utilizar estos recursos para la adquisición o mejora de un activo fijo de su propiedad o de sus familiares. Por lo tanto, la mejora a la calidad de vida de su familia depende exclusivamente de que su pariente siga viviendo en el exterior, en lo que se conoce como “pan para hoy, hambre para mañana”, o “coyol quebrado, coyol comido”. Tristemente, esta falta de visión a mediano y largo plazo no depende del color del gobierno de turno, o su afinidad o no por las prácticas depredatorias del erario, sino de cada familia con un ser querido que está ilegal en el extranjero y les manda dinero. Para hacerlo, además, muchos se desprenden de sus hijos, que se crían separados de sus padres y son también más vulnerables a la violencia, y de sus padres, que pasan una vejez en ausencia de sus hijos. En otras palabras, el mayor precio de esta bonanza es la fragmentación de la familia, cuyo mayor efecto se verá con los años, cuando se vea qué tipo de hijos logró formar esa situación.

La migración es hoy en día para Honduras algo así como su petróleo; una fuente de ingresos que no se esperaba, que no es para siempre, y que complementa la suma del trabajo que se hace en el país. Sin embargo, la falta de una atención y un análisis adecuado de ese millón de hondureños, algo más del 10% de la población del país que, tanto el gobierno como los propios hondureños comunes con seres queridos en el extranjero, no permite aprovechar mejor esa oportunidad para desarrollarnos

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