Periodismo de Impacto

Las aspas eólicas que cambian vidas

Sin ser ingenieros y unidos solo por su amistad, crearon un prototipo que ha logrado llevar electricidad a la ruralidad
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24.06.2016

El Paraíso, Honduras
En medio de verdes colinas en el municipio de El Paraíso, al oriente de Honduras, en un pueblo pequeño donde el fuerte viento que sopla huele al mejor café del mundo residen dos hombres sencillos que han logrado crear energía con lo que la mayoría llama “basura”.

No son ingenieros eléctricos ni inventores famosos, pero Óscar Pagoada y Javier Cáceres construyeron un generador de energía eólica utilizando trozos de madera, piezas de metal y los imanes extraídos de los hornos microondas que dejaron de funcionar en su comunidad a causa de los racionamientos de energía eléctrica que afectan a toda Honduras.

Estos apagones de más de 12 horas, comunidades que no tienen acceso a la electricidad y un centro de salud que no funcionaba por falta de fluido eléctrico fueron las razones que empujaron la idea que Óscar y Javier tenían en su cabeza desde hace tiempo.

“Tenemos que aprender a vivir de la naturaleza, a alimentarnos con la naturaleza; hacemos uso de la energía magnética porque utilizamos imanes, usamos unas bobinas y madera, con eso creamos un dinamo que funciona con el viento y también con agua, con eso nosotros creamos energía eléctrica. Con lo que la gente mira como desperdicios hemos logrado ayudar a nuestra comunidad”, explicó emocionado Pagoada.

La idea
Un episodio con su factura de consumo eléctrico fue suficiente para encender su pasión por la electrónica y su deseo de ayudar, pues cuando el recibo le mostró que en un mes debía pagar más de 1,200 lempiras (52.8 dólares), supo que era momento de ponerse a trabajar.

Una vez que creó e instaló el generador en su casa, esos 52.8 dólares disminuyeron a 26.3 dólares. Esa fue la señal de partida. Se contactó con Javier, un hombre tímido y callado, pero con manos fuertes y con un corazón enorme, que es el encargado de que la estructura del generador tome forma.

“Aprovechamos los desperdicios de metal y de lo que tengamos a mano, nosotros hacemos la estructura, nos juntamos para ver de qué forma podemos ayudar; yo trabajo con estructuras metálicas y cuando sobra material de otro proyecto lo reciclo y me sirve para trabajar y hacer los generadores, por eso no es una inversión tan grande, pero que sí ayuda a mucha gente, somos un país pobre y debemos ayudarnos unos a otros”, dice.

Aún recuerdan la primera vez que lo vieron funcionar, “nos dio alegría porque sabíamos que iba a ser de mucha ayuda”, dice Javier y a su lado Oscar sonríe. “Teníamos los materiales y en 15 días lo terminamos y lo instalamos en un cerro para generar la señal de la radio ambientalista del pueblo”, expresó después.

El viento sopla fuerte en El Paraíso y cada ráfaga representa energía para estos dos ingeniosos amigos, ya que es lo que hace que su prototipo funcione.

entro de la humilde vivienda está el generador que les permite conectar desde una lámpara, el teléfono móvil y un ventilador hasta el aparato de televisión. Fotos de Johny Magallanes / El Heraldo.

En una comunidad pequeña las noticias corren y cuando se trata de ahorrar dinero, en un lugar donde la producción de café es el único medio que se tiene durante dos meses al año para sobrevivir, una noticia como esta cobra alas, así que poco a poco en otros lugares se escuchaba de dos personas que en sus ratos libres recogían desperdicios para hacer electricidad. A todos les pareció inusual y, quizá, imposible.

Salud en la oscuridad
Fuera de El Paraíso, cien personas tienen un centro de salud que no han usado porque no hay electricidad en el lugar, insólito pero cierto, ese lugar se llama El Gamalotal y para llegar hay que tener mucho tiempo, paciencia y, sobre todo, un automóvil con ruedas casi indestructibles, pues la calle no recibe muchos visitantes y cuando los tiene no es muy cordial con ellos.

Los niños no se vacunaban porque no había donde refrigerar los insumos, y los días que se lograba dar atención era el sol quien decidía a qué hora se acababa la consulta médica.

El generador, cuando se ve desde lejos, desde abajo de la montaña, es como un pececito de colores, aéreo, no parece ser la máquina que está dando salud a toda una comunidad donde, como en un cuento, cada tarde a las seis las velas comienzan a encenderse, no hay ruido de televisores, nadie ve el fútbol, solo suenan los grillos que por suerte no necesitan electricidad para cantar.

“El alcalde nos contactó porque se dio cuenta del proyecto, nos dijeron que construyeron el centro de salud, pero que no se usaba porque no hay electricidad en la zona, así que no se estaba dando la atención a los pobladores”, afirmó Óscar.

Esa situación hizo germinar nuevamente el deseo de sacar los materiales y hacer otro generador. En menos de un mes, el centro de salud de El Gamalotal funciona con todas las condiciones y sus pobladores no pagan ni un centavo por ello.

“Este generador tiene una vida útil muy amplia, el generador que instalamos en el centro de salud ya tiene un año de funcionar y nunca ha dado problemas, el viento nunca deja de soplar aquí en El Paraíso”, manifiesta Javier mientras se tapa del sol y observa el generador que en lo más alto de la torre metálica mueve sus hélices como las alas de un colibrí.