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Santos Arzú o la metáfora de la materia universal

En su obra, la materia pictórica no dialoga con la realidad reconocible, sino con la energía que emana del silencio

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04.04.2019

Tegucigalpa, Honduras
La obra de Arzú Quioto es materia en expansión; es espacio, profundidad y movimiento; es ritmo: se repite, se aglomera y se disuelve en ciclo permanente. Pintura orgánica que desplazó los referentes naturales del mundo real para convertirse en presencia viva. Materia amorfa, magma de color, que al esparcirse encuentra una perfección extraña y misteriosa; torrente de energía, que brotando en el lienzo vive como imagen del estallido universal. No es forma preconcebida que se resuelve a priori, esta pintura se configura en el gesto, en un hacer que adquiere su dominio en la lúcida intuición del creador; su poder de comunicación no reside en la sintaxis común, al contrario, reside en la belleza de lo irregular y lo espontáneo.

Frente a las fuerzas de un sistema social que lo llevan todo a la lógica de lo útil y lo práctico, la obra de Arzú posee la potencia de un torbellino interior que desemboca en la tela, dejando ver por fuera lo que el sistema ahoga por dentro. ¿Tela, dije? Quizá debí decir territorio de signos donde la pintura, en un cuerpo a cuerpo con el color, batalla por emancipar su presencia.

Frente al caos humano, ante el constante desgarramiento del tejido social, ante la amenaza real de la destrucción del planeta, ¿por qué exigirle a la pintura coordenadas de exactitud y precisión? Muchas veces, viendo esta pintura me he puesto a pensar que esta materia desbordada, sin límites ni dirección precisa, es la metáfora más coherente de una sociedad desenfrenada, absurda e irracional.

Este es un mundo dotado de una falsa imagen de higiénico y ordenado, pero en verdad, es la guarida del desecho humano y social, es el escenario de los episodios más siniestros en nombre de la perfección de la raza y la democracia; pasta abominable de mugre y sangre es el capitalismo salvaje. Ante este teatro dantesco, la pintura de Arzú es materia vital, campo fértil donde habita un universo libre, fecundo y en constante hacerse; su origen está en la creación, en el libre albedrío del color, símbolo de optimismo y libertad; si hay algo que esta pintura destruye, es lo preconcebido como inalterable y quieto, el movimiento es su única eternidad: la temporalidad de esta pintura está en el rito de rehacerse constantemente; en su magnífica presencia surge la crítica a todo aquello que se visibiliza falsamente como orden, quietud, progreso y desarrollo.

El sentido crítico en la obra de Santos Arzú
¿Es crítica aquella pintura que no contiene un discurso lineal ni referencial, como exige cierta sociología del arte? En algunos círculos se ha ventilado que la pintura de Arzú es ajena a la realidad, esta visión se torna confusa porque el realismo en la pintura no es la objetivación de esa realidad mediante el método de la “representación”; no es más real un árbol pintado que una mancha o una textura, ambos son color, forma y materia sobre un espacio bidimensional. Un artista es realista no cuando capta esa realidad exterior sino cuando entra en ella y la descubre, no solo con los sentidos, sino con el conocimiento que le proporciona la experiencia de su mundo interior (hay formas que no se piensan, se sueñan, surgen del delirio creativo).

En el mismo sentido, Giulio Carlo Argan se pregunta: “¿Cómo podríamos sostener el carácter de universalidad de un arte que se construye sobre las externas y cada vez más improbables semejanzas con la realidad, si ahora sabemos que más allá del estrato de las apariencias, la realidad es ilimitadamente profunda?”, y no conforme con la certeza de esa reflexión, el crítico italiano, en un tono mordaz pero sincero, trae a la discusión la terrible miopía de Ptolomeo: “¿O debemos sostener que para el arte, el universo es y será siempre aquel que era para Ptolomeo, solo porque los sentidos nos dicen que el sol gira alrededor de la tierra inmóvil?”.

La pintura de Arzú puebla nuestros sentidos pero inmediatamente escapa hacia mundos inasibles, a veces vaporosos, sus formas hablan de múltiples realidades, pero ya no lo hacen desde los códigos de una realidad domesticada por los sentidos, he allí uno de los componentes críticos de esta pintura que, rompiendo con la representación, asume un nuevo compromiso con la realidad.

La pintura de Arzú llama a desconfiar de lo que el sistema reconoce como realidad única, en ese sentido, es más problematizadora y cuestionadora que muchas obras inspiradas en el llamado “realismo crítico”; en el fondo, esta materialidad pictórica es una sutil respuesta al oscuro y delirante desorden existencial. Desde hace más de un siglo sabemos que el valor de una obra de arte ya no depende del objeto representado, ese método, en dado caso, puede ser un ejercicio de fetichismo. Hoy sabemos que ese valor artístico reside en la manera de representar ese objeto, para ser más precisos, el arte encuentra en la forma y sus diferentes expresiones, el camino expedito para liberarse del lastre de lo seudoconcreto.

Su fundamento ontológico
Las ideas anteriores nos mueven hacia otro escenario: la materialidad de Arzú también tiene conexiones con valores ontológicos: su obra de entrada plantea el problema del “ser” de la pintura, su fundamento está en su existencia material, niega los valores de reconocimiento y se formula como conocimiento e indagación: materia para ser pensada.

La obra de Arzú es materia incesante que se mueve en todo el lienzo como un germen constructor de formas; es acto, gestación, existencia, espacio, instante (se resuelve en la acción); todas estas son características de ese acto fundador de la vida, de ese instante primero que encontró su máxima manifestación en la materia. Como analogía puedo decir que la obra de Arzú nos recuerda que el acto fundador de la pintura, su verdadero “ser”, está en la materia y el color.

La ruptura con el mundo hipercodificado
Arzú instituye una obra fundada en la naturaleza de la propia materia pictórica, es por ello que al no situarse en el mundo de los esquemas y las nociones, propias del mundo natural, tiende a penetrar más en la realidad, que es movimiento y contingencia. El realismo de Arzú, al moverse por fuera de lo hipercodificado, activa la función de extrañamiento, y por esa vía, prolonga la percepción del espectador ya que este necesita apropiarse de nuevos códigos para interpretar esta realidad fetichizada. Esta pintura nos obliga a pensar el mundo desde una perspectiva crítica y desalienante; convertir la pintura en un verdadero y complejo acto de percepción es el logro más importante de la obra de Santos Arzú Quioto.

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