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Niños de un país hondo

Albany Flores Garca rinde homenaje a uno de los mayores cultores de la literatura infantil de Honduras, el escritor Rubén Berríos
06.03.2019

Tegucigalpa, Honduras
Rubén Berríos fue escritor de niños. Sí, escribía niños, porque, donde no los había, él los inventaba. Su literatura dibujó para ellos las tradiciones, leyendas, juegos y ensueños de la niñez, pero también un país de dolencias y peligros, sin que ello le impidiera fabular la verdad.
Sus cuentos —historias “ingenuas” y brillantes—,fueron la excusa de un maestro que, además de jugar al escondite y la rayuela en los pasajes de sus libros, tenía un propósito más grande en cada historia: enseñar a los pequeños la cultura, la historia y el amor por su país.

En toda su obra, Berríos insistió en la necesidad de crear una literatura infantil multiexpresiva, llena de eso que él consideraba el universo infantil (diversión, imaginación y felicidad), pero también de estimulación a la capacidad cognitiva, creativa y emocional de los lectores pequeños.

Era celoso de nuestra tradición, y se quejó siempre de que “la literatura infantil que se lee en nuestro país está hervida en la traducción de temas que describen otras idiosincrasias colectivas, que puntualizan la historia de otros países, que inventan otra civilidad y, lo que puede ser peor, que induce a nuestros infantes a la admiración —contrapuesta a la creatividad—de personajes de clases dominantes: reyes, príncipes, princesas, superhombres y otros monstruos fabulados”.

No conocí a Rubén, pero sé que, como a otros autores empeñados en recrear un mundo para la niñez, le hubiese entusiasmado y conmovido saber que la nueva literatura infantil hondureña está siendo escrita y creada por los niños y niñas de las comunidades más pobres de Honduras; como los niños cuentistas de Lempira, que han escrito miles de cuentos y ya han publicado “El barro es nuestro corazón” y “El árbol de los libros”, dos libros de cuentos infantiles de niños para niños.

Eso le animaría, pero vería con tristeza el país que ahora habitan los niños. Un país ya sin juegos, rondas, tradiciones o cantos. Un país con hambre, muerte, y lleno de aquel militarismo cruel que él les contó alguna vez (a manera de fábula), en una tierna historia sobre “Niños de un país hondo”; sobre ellos mismos.

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