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Bienal de pintura del IHCI, un certamen que urge reinventarse

Las bienales son espacios propositivos, no colgaderos de obras, si esto no se entiende no sabremos deslindar lo sustancial de lo superfluo

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21.07.2018

Tegucigalpa, Honduras
El mundo ya existe; para qué hacer una réplica de él. La función principal del artista consiste en indagar sus movimientos más profundos y su significado fundamental y recrearlo.
Kasimir Edschmid

La XXVI Bienal de Pintura del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI) deja serias dudas sobre la calidad de la producción artística local. En diversos textos he venido sosteniendo que los salones y bienales solo reflejan la crisis del sistema de producción artística del país.

Evaluar una bienal no puede limitarse a ponderar el certamen en sí mismo, es necesario ubicar esa evaluación en el contexto de la formación del artista (enseñanza artística), el papel de las instituciones patrocinadoras del evento (institución del arte) y la capacidad de autorreflexión que los artistas deben asumir (autocrítica). Estos elementos son tan complejos que abordarlos a profundidad excede el espacio asignado, solo puedo describir ligeramente el lugar que ocupan en la problemática señalada.

El 24 de octubre de 1998, en la sección “Viceversas” de diario EL HERALDO, con motivo de la XVI Bienal de Pintura Gelasio Giménez, publiqué un texto que titulé “Bienal del IHCI: un balance necesario”; en ese ensayo, hay un párrafo que suscribo totalmente y que sirve para definir lo que pienso de esta XXVI bienal de pintura en 2018.

Hace 20 años sostenía lo siguiente: “Si una bienal se caracteriza por presentar propuestas plásticas innovadoras, por ser un evento donde cada dos años los artistas se proponen evaluar los avances en relación con lo realizado en participaciones anteriores y, al mismo tiempo, es un espacio que permite evaluar el desarrollo de la producción plástica nacional, puedo afirmar que la bienal del IHCI no presentó propuestas novedosas (salvo honrosas excepciones, la mayoría de obras apenas se quedaron en lo latente), ni reveló, en términos generales, un sustancial avance de los artistas participantes, algunos, incluso, evidenciaron un notable y deplorable retroceso. Quienes expusieron sus lienzos por primera vez, salvo uno que otro pintor inquieto, dejan serias dudas sobre sus posibilidades artísticas”.

Lo que señalé hace dos décadas sigue vigente, no podemos ocultar la realidad con palmaditas en el hombro, esta crisis y estancamiento ya se evidenció en la IV Bienal del Centro de Arte y Cultura (CAC) en 2016. Si no asumimos esto con seriedad y responsabilidad, seguiremos aplaudiendo fracasos.

Las premiaciones
La bienal del IHCI tiene un premio único y menciones de honor, y para dictaminar cuenta con un jurado internacional. Premiar en una bienal implica una gran responsabilidad porque en gran medida define que lo premiado es el gran referente, la gran dirección, el gran paradigma de la plástica nacional.

Esta vez, la obra premiada recayó en el trabajo “¿Se puede lograr todo en la vida?”, de Andrés Mejía; si comparamos la elección de esta obra en relación con la pieza ganadora en la bienal de pintura del año 2016, no hay duda que el jurado tuvo mejor criterio, por otro lado, este premio es el producto de un esfuerzo sostenido por Mejía desde el año 2012; exposiciones individuales y otros premios obtenidos testimonian que no premiaron a un improvisado que vio el anuncio de la bienal y corrió a pintar, al contrario, estemos o no de acuerdo con la propuesta de Mejía, tiene el mérito de ser constante y defender con sinceridad su estilo, dicho lo anterior, paso a preguntarme lo siguiente: ¿Es este arte sustentado en un realismo lírico, de tipo costumbrista, técnicamente bien hecho, pero sustentado en un discurso academicista, el gran referente de la plástica nacional? ¿Es este lenguaje ampliamente superado por la historia de nuestra propia producción artística el que debe marcar los signos de la innovación en una bienal hondureña?

Es probable que el jurado, al advertir que en la plástica hondureña prevalece un discurso figurativo, haya visto en la obra de Mejía el gran referente para ser premiado, pero la realidad es otra, porque aun en el plano figurativo, hemos tenido una larga historia que constata la evolución que ha tenido el lenguaje de la representación visual en Honduras, demostrando que el discurso técnico de naturaleza didáctica no es la única forma en que la figuración se ha expresado.

Las menciones de honor son un estímulo para que los artistas avancen en sus proyectos, algunas pueden ser justas, otras me dejan dudas, pero no se trata de cuestionar cada decisión de un jurado que tuvo escaso tiempo para tomar decisiones.

Problemas y sugerencias
Hay una realidad que no podemos ocultar: se están generando certámenes en el marco de un sistema artístico resquebrajado. Si no existe el propósito de reconstruir este sistema a largo plazo, seguiremos viendo los pobres resultados obtenidos hasta ahora y que pueden sintetizarse en lo siguiente: descuido técnico, escasa reflexión conceptual, ausencia de investigación, propuestas descontextualizadas en el plano social y cultural, escasa o ninguna reflexión sobre las transformaciones que ha tenido el propio lenguaje artístico generando lenguajes básicos de poca incidencia en el medio y, por último, poco estudio sobre el comportamiento conceptual de los materiales a utilizar.

Ante la crisis académica e institucional que vive la Escuela Nacional de Bellas Artes y ante la ausencia de una academia de nivel universitario, no existe una plataforma de profesionalización que supere sistemáticamente los problemas señalados.

Por otro lado, no existe una actitud autorreflexiva de parte de los artistas que han tenido constantes rabietas con los jurados, generalmente en estas polémicas ha prevalecido el resentimiento y no el razonamiento, pero, para ser justos, también debo decir que muchos de los jurados que nos han visitado han mostrado serias inconsistencias de criterio.

Pienso que el IHCI debe examinar sus formatos para dar cabida a lenguajes más abiertos y relacionales, no hay duda que la bienal del IHCI tiene un corte conservador, quizá esté condicionado por sus limitaciones en el espacio físico, pero podría ser que ante los nuevos paradigmas estéticos, la institución no haya variado su matriz artístico-cultural.

Es urgente la incorporación de la figura del comisario nacional que ayude al jurado internacional a contextualizar la obra de los artistas. Es necesario que las instituciones inviertan en los procesos de formación y profesionalización de los artistas. El IHCI ya debe empezar a preparar su próxima bienal de pintura y revisar con prioridad la Bienal de Escultura del próximo año. Es urgente que esta jornada se acuerpe con un conjunto de programas pedagógicos y teóricos que le den un perfil de alto nivel al certamen, el arte hondureño lo merece y lo requiere.