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Víctor López: el doloroso tejido de una pintura rebelde

Frente a pintores y caricaturistas que guardaron silencio en los días difíciles de la patria, la obra de Víctor López emerge digna, rebelde y necesaria
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18.03.2018

Tegucigalpa, Honduras
Dos frases definen la personalidad artística de Víctor López: coherencia y consistencia. Coherencia, porque es de los pocos artistas que ha logrado articular y sostener un programa estético, es decir, un modo sistemático de expresarse, un ideario desde el cual examinar la realidad social y política del país.

Consistencia, porque su trabajo visual es sólido, va hacia la realidad en posesión de un lenguaje sobrio y pertinente; sus herramientas plásticas son compactas; la configuración formal de su trabajo es rigurosa, apreciación que nada tiene que ver con rigidez.

Hay un dato revelador que habla de la trayectoria artística de Víctor López: en marzo de 1967 integró el taller “Estudio 67”. Este colectivo también estuvo conformado por los artistas Joel Castillo, Gustavo Armijo, Conrado Enriques (hijo), Juan Martínez, Sergio Almendárez, Mauricio Barrientos y Roberto Palencia. Realizaron su primera exposición al aire libre el domingo 27 de abril de 1968 en los bajos del Palacio Legislativo.

Se trataba de un arte que tomaba partido por temas relacionados con la libertad y la justicia; la prensa de la época afirmó que “era una pintura con temas sociales y revolucionarios”. Señalo estos datos históricos para dejar constancia de que la ubicación social y política de López no es improvisada ni antojadiza, al contrario, obedece a una decisión estética totalmente consciente.

En los años ochenta, conocidos como la época perdida, desarrolló una plástica testimonial muy acentuada, quizá el peso de una coyuntura caracterizada por graves contradicciones políticas, lo llevaron a él y a muchos artistas a ejecutar una obra más preocupada por los asuntos temáticos y no tanto por las resoluciones formales que exige el lenguaje artístico. Aún así, reivindicamos su fidelidad a la época.

Los años 90: giro formal dentro de una mirada crítica

En los años 90 se da un cambio de ruta en muchos artistas hondureños que en la época anterior habían formado parte de la llamada plástica comprometida. Dejaron de militar en el realismo crítico, que se inspiró en lo que se conoció como realismo socialista.

La caída del muro de Berlín dislocó la conciencia social de muchos creadores que abandonaron sus posturas contestatarias por un arte complaciente, para ellos la historia había terminado, sucumbieron a los cantos posmodernos de Fukuyama, que proclamó el fin de la historia, algunos con un cinismo espeluznante, llevaron su plástica a la burda decoración.

En esa época de aparente relajamiento político, Víctor López, menos urgido por las respuestas políticas inmediatas, encuentra el espacio necesario para reflexionar sobre su proceso de construcción formal, su obra empieza a sufrir lentas transformaciones, sus pasos fueron cautelosos, entraba a una nueva década consciente de que los problemas históricos del sistema (opresión, marginalidad y explotación) estaban allí, disfrazados dentro de una cultura del espectáculo que mediatizaba cualquier postura confrontativa.

En 1996 su trabajo pega un salto cualitativo (dialéctico hubiésemos dicho en los años 80) y produce una serie formidable llamada “Rendijas de la memoria”. Este proyecto será fundamental en la revolución formal de su obra.

Los cuervos atacan: la pintura también

Como era de esperarse, los sucesos relacionados con el golpe de Estado del año 2009 no pasaron desapercibidos por el artista; Víctor López, dueño de una fina ironía y aproximándose como testigo directo de esos acontecimientos, articula de inmediato una serie llamada “Los cuervos atacan”, para referirse a esos personajes civiles y militares que “como aves de negro plumaje” ultrajaron la democracia del país.

Esta preocupación temática está en consonancia con el discurso crítico que sustentó en los años 80, pero se advertía un cambio: el proceso de construcción formal de la imagen había cambiado. Todo parecía indicar que aunque la naturaleza represiva desatada con el golpe de Estado tenía correspondencia histórica con la década de los ochenta, había nuevos matices sociales y políticos que observar y, por esa misma razón, la pintura de Víctor López también tuvo una nueva estrategia visual para denunciar el alma oscura de estos buitres.

Las obras: “Isis”, “Incidente en el aeropuerto”, “Festín”, “Cría cuervos”, “Los cuervos atacan” y “Picotazos” denotan una atmósfera envolvente, aterradora, encontramos aquí un movimiento dinámico estallando frente a nuestros ojos; el tono de color se trasmuta en mancha violenta que acomete todo el espacio, lo satura: trazo implacable que de un solo zarpazo desgarra la realidad.

Esta estrategia visual tiene su origen en la serie “Rendijas de la memoria”, pero el color y el ritmo visual alcanza en esta serie su total madurez. Los verdes y azules talos, los colores naranja, la gama de sepias o colores tierra, el uso puntual y atmosférico del rojo, los tonos negros, las zonas amarillentas, etc., terminan siendo forma y composición a la vez, es por ello que la totalidad de la imagen es absolutamente compacta, no hay fisura, los colores ensanchan el espacio dentro de un ritmo de fondo reversible que transforma la figura en espacio y el espacio en figura.

Frente a una realidad tan compleja, diversa, asfixiante y dramática como la actual, solo podía corresponderle una construcción formal densa, abrumadora, inquietante, convulsa y versátil; este tratamiento formal hace que esta obra por sí misma trascienda la inmediatez del contexto, asegurándole un lugar privilegiado en la plástica nacional.

Víctor López es, a mi juicio, el último artista vivo de una generación que desde finales de los años sesenta asumieron el trabajo artístico con pasión revolucionaria y compartieron con su pueblo la más hermosa utopía de transformación social. Su obra sorprende por su constancia y capacidad de respuesta.

Cada vez que la realidad nos sobresalta, su pintura está allí para asechar el vuelo de los buitres. Su obra es una lección de estética pero también de ética: nunca traicionó los postulados bajo los cuales decidió pensar y hacer su obra. Nunca se entregó a cambio de garantizar su comodidad material, al contrario, en momentos difíciles como los que vivimos su pintura emerge con tonos y empastes de absoluta dignidad

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