Entretenimiento

El que esté libre de culpa, que tire la primera flor  

La artista Dina Lagos, en “La culpa es de la flor”, presenta una arquitectura de conceptos que, invisibilizando a la mujer, también han alienado al hombre

FOTOGALERÍA
02.02.2018

Tegucigalpa, Honduras
Nota de redacción: A partir de hoy se publica en Entretenimiento la sección del crítico y curador de arte Carlos Lanza. “El gran vidrio” será un espacio dedicado a la crítica de arte y cultura contemporánea. El objetivo es generar un proceso reflexivo sobre la obra de arte, que permita establecer un diálogo entre las obras y el público interesado en las artes visuales. Este espacio será quincenal.

Donde empiezan los líos
es a partir de que una mujer dice
que el sexo es una categoría política.

Porque cuando una mujer dice
que el sexo es una categoría política
puede comenzar a dejar de ser mujer en sí
para convertirse en mujer para sí,
constituir a la mujer en mujer
a partir de su humanidad
y no de su sexo…

Roque Dalton

Los motivos de la flor
La artista Dina Lagos, en una magistral exposición inaugurada en el Museo para la Identidad Nacional (MIN) el 28 de junio de 2017 que lleva por título “La culpa es de la flor”, presenta una arquitectura de conceptos que, invisibilizando a la mujer, también han alienado al hombre.

La culpa de no existir, la culpa de no ser, la renuncia a vivir, el desarraigo como límite de lo deseado, son formas atroces de existencia que aniquilan la humanidad de los géneros. Pero compartimos la visión de Lagos: no se puede diluir lo general en lo concreto, en otras palabras, en un mundo que nos condena al desencanto, no es lo mismo ser mujer que ser hombre.

Hasta el hombre más solidario opera con mayor libertad que la mujer y, aunque ambos son víctimas del sistema, no hay duda de que el hombre lleva al opresor por dentro, a ese monstruo invisible que desgarra todo lo humano.

La visión de Dina Lagos, además de ser una respuesta desde el arte, es un enfoque metodológico que encara el conflicto hombre/mujer desde el lugar de la mujer; la perspectiva trazada tiene su lógica: no se puede articular un discurso estético a espaldas de esta realidad antropológica, sociológica e histórica.

El poder simbólico de los recursos visuales
Un elemento simbólico que cruza esta poderosa instalación, en la que también participa la pintura, el dibujo, la escultura y el video, es el cuerno de vaca o de toro.

Foto: Daniela Lozano.


Esta constante no es arbitraria, el cuerno o “cacho”, como popularmente se le conoce, está asociado a una simbología de poder que exhibe valores que aluden a una virilidad alienada, me refiero a golpear, embestir, agredir, herir, penetrar y sus correspondientes alusiones a un erotismo vulgar y barato: “te voy a meter el cacho”, “soy un toro en la cama”, “llegó el toro por el que bramabas”; toda esta animalización de la sexualidad masculina es una metáfora que visibiliza un mundo donde el macho controla, determina y decide.

El cuerno, sublimación del pene, es un instrumento que, condicionado por la cultura del poder, ha provocado profundas heridas en el cuerpo y la psiquis de la mujer. Esta animalización de la sexualidad masculina ha reducido al hombre a pene, el pene se ha metamorfoseado en el poder del sistema, en otras palabras, hemos politizado el cuerpo, como sostiene Michel Foucault.

Ahora bien, este recurso del cuerno, de lo tosco, de lo duro, es también la representación de otra condición: la defensa del hombre frente a su vulnerable postura machista.

En el montaje, estos cuernos aparecen dispersos como narrativas frágiles, débiles, inconsistentes; estos discursos logran prevalecer solo porque culturalmente son subsumidos por el poder patriarcal que domina el mundo contemporáneo.

Si alguna vez se ha pensado que lo simbólico oculta o disfraza la realidad, podemos argumentar que esta realidad no es supranatural, no está más allá de nuestra experiencia concreta, lo simbólico desnuda la realidad oculta y nos pone en contacto con un sentido de responsabilidad humana que no podemos soslayar.

Lo simbólico apunta a la realidad de un inconsciente individual o social que Freud definió como la fuente primaria de nuestras motivaciones, por esta razón, el proyecto “La culpa es de la flor”, además de acercarse al conflicto hombre/mujer por la vía de las teorías sociales, también tiene conexiones extraordinarias con el psicoanálisis.

Estamos frente al carácter invasor y persecutivo de la escena sexual, que trascendiendo los cuerpos ha dejado profundas cicatrices sociales como la opresión, explotación, represión y marginalidad. El poder del sistema, que también es un poder expresado en el hombre, es un límite puesto a nuestros deseos de libertad.

La expresión de Foucault: “El poder más que reprimir produce realidad”, adquiere en la propuesta de Dina Lagos una dimensión de primer orden: cuando el poder suprime nuestra humanidad, produce una horrorosa realidad.

Esta realidad deformante y deformadora también puede observarse en los dibujos y pinturas que integran esta muestra, son trabajos de corte expresionista, la técnica no podía ser otra, el trazo espontáneo, abierto, sinuoso y descarnado genera una virtual agresión de la retórica figurativa de las mujeres y niñas representadas en esas imágenes.

En las pinturas también se hace referencia a la masacre de El Mozote, sucedida en El Salvador entre el 10 y el 12 de diciembre de 1981. Foto: Daniela Lozano.


En la muestra hay una pieza que lleva por título “Sujetos morales”, que hace referencia a las mujeres y niñas víctimas de la violencia, son dibujos que en su trazo expresan dolor, angustia, olvido; gracias al gesto plástico de la artista, ellas perviven en la memoria colectiva libres de toda culpa.

En estas pinturas también se hace referencia a la masacre de El Mozote, sucedida en El Salvador entre el 10 y el 12 de diciembre de 1981, a manos del ejército durante los años de la pavorosa guerra civil que vivió nuestro hermano país.

El montaje se articula alrededor de un cacho inmaculado pero perverso, que dirige su estocada final contra la flor de Mozote, la construcción simbólica no puede ser más audaz y aterradora: como mala yerba, ese mozote va pegado como costra en la conciencia de la humanidad.

En la muestra hay una pieza paradigmática que lleva por título “Patrias y archeras”, esta obra de naturaleza escultórica deja entrever las relaciones de poder y subordinación entre “machos”.

En la pieza se percibe un cuerno blanco más pequeño, encima de otro cuerno negro más grande; esta simbolización pone al descubierto una irónica inversión de roles: aquí el hombre físicamente débil, es el hombre blanco (la raza del imperio), en cambio, el hombre negro, a quien se le atribuye una mayor fortaleza física, aparece abajo y en condición de subordinado.

Esta construcción metafórica en el orden de lo social, está justificada porque más allá del debate acerca de las virtudes físicas entre blancos y negros, es el control del poder en manos del hombre blanco quien determina su falso, pero efectivo rol de superioridad.

Esta realidad presenta un desdoble ingrato: el hombre negro, deshumanizado por la crueldad del hombre blanco, dirige su frustración y violencia contra su compañera negra que también es víctima del sistema, al final, la culpa siempre es de la flor.

El video que lleva por título “La culpa es de la flor” es una síntesis inteligente y sensible de toda la propuesta. Es el discurso estético en movimiento.

El video estructurado sobre una temporalidad teatral (abrir y cerrar el telón) y cinematográfica (cortos dentro de un corto) organiza un episodio de violencia/ternura, grito/silencio, encuentro/ruptura. Dicotomías que al trasvasar la deshumanizada relación hombre/mujer traslada su miseria moral al conjunto de la sociedad.

Dos flores con culpas diferentes
Como cierre de este trabajo deseo invocar las razones que articularon este discurso visual propuesto por la artista Dina Lagos, ella retoma una anécdota que contó el alquimista SupGaleano en el marco de un congreso llamado Los Zapatistas y las ConCiencias de la Humanidad.

Se trata de una joven que preguntaba: ¿Por qué esa flor es de ese color, por qué tiene esa forma, por qué tiene ese olor? Y no quiero que me respondan que la madre tierra con su sabiduría así la hizo a la flor, o que el Dios, o lo que sea...

Esa inquietud de la muchacha motivó una serie de eventos y actividades científicas entre los jóvenes zapatistas, por “culpa” de la flor se abrió un espacio de reflexión y conocimiento, una concepción humanizada de la vida.

Pero la flor puede cargar otra culpa: la culpa de ser flor. ¿Culpable de qué? Culpable por querer amar (tonta), culpable por querer sentir (puta), culpable por querer vivir (loca), culpable por protestar (marera), culpable por ser bella (provocadora); aquí no se puede ser mujer sin sentir culpa.

Que todas las flores desplieguen su luz en la conciencia de las mujeres y los hombres, que el arte cumpla así esa promesa de felicidad que ya tiempos perdió: la promesa de reconciliación con la vida, con la historia, con lo humano.