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Manuel Ayes presentó su primer libro de cuentos 'Infortunios'

El autor reúne en su obra 21 relatos cortos donde la suerte abandona a sus protagonistas

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26.11.2017

Tegucigalpa, Honduras
Los infortunios en la vida real se sufren, pero en el libro de Manuel Ayes se disfrutan.

El novel escritor presentó su primer libro de cuentos con un conversatorio y una lectura en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa (CCET).

“Infortunios” es el título de la obra conformada por 21 relatos.

Generalmente cuando se lee una novela a veces se queda con ese anhelo de seguir pensando en las vidas de los personajes, de seguir construyendo lo que el escritor ya dio por terminado, en este libro de cuentos no hay lugar para ese sentimiento, la historia terminó y uno se da por satisfecho.

¿Dónde comprar el libro?
“Infortunios” está disponible en la librería de la UPNFM, de la UNAH, Metromedia y Casa Sol.
La escritora María Eugenia Ramos señala eso en su comentario sobre el libro, citando a Julio Cortázar, quien dijo en su momento que “el cuento, como género literario, tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto, sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él”.

El encuentro con las letras de Ayes ha sido grato, sus cuentos son una colección de infortunios que van desde el amor que espera y el que no pudo ser, la soledad que va y viene, el dolor de la pérdida, el engaño, la inocencia, la maldad, la confusión y toda una serie de desdichadas experiencias humanas contadas desde la Tegucigalpa contemporánea en la que vive el autor.

El título del libro no es el de ninguno de los cuentos, sino el aviso de lo que el lector está por descubrir. “Son historias de jóvenes”, dijo Ayes, impregnadas por el humor negro.

El autor ya había mostrado un poco de su obra en concursos de cuentos, incluso uno de ellos (“Noticieros amarillistas”, en el libro “Jugando a la huida”) forma parte de la selección de cuentos cortos de l IX Concurso de Cuentos Cortos Rafael Heliodoro Valle, de EL HERALDO.

El haber ganado un concurso literario con el cuento “Infortunado expiatorio”, que forma parte de la obra, lo motivó a pensar en un libro, “pensé que podía hacer algo mejor y fui escribiendo más, y me di cuenta de la unidad que iba a tener el libro”.

Y aunque en este momento se siente bien escribiendo cuentos, ya desarrolla una novela, aunque su primer intento fue precisamente infortunado y no siguió, con esta nueva historia parece sentirse bien.

Se trata de una novela corta que se desarrolla siempre en Tegucigalpa y narrará la turbulenta, sexual y enfermiza relación de un hombre y una mujer que después de alejarse se reencuentran provocando un debate entre el abandono y la posibilidad de estar juntos.

Lea el cuento de Manuel Ayes, 'Jugando a la huida'
La situación está insoportable —dijo la abuela—. Antier mataron a un muchacho apenas saliendo de la colonia, y hay una moto que ya días anda asaltando.

La abuela veía todos los noticieros amarillistas, los más crudos de la televisión nacional. Fanática religiosa, rezaba el rosario sintonizando las tragedias matutinas que ocurrían en el país a las tres en punto. Vivía aterrada, exagerando lo que escuchaba, porque en los últimos días habían pasado algunas desgracias en los alrededores, lo que provocó que estuviera constantemente en pánico. Entornaba los ojos y se le ajaba la nariz y comenzaba a chorrear a su nieto Ricardo con sus comentarios anticuados, insistiéndole en que saliera lo menos posible, rogándole que tuviera cuidado si salía.

—No exagerés, abuela, no es para tanto —le respondió Ricardo.

Sonó el timbre. Ricardo se sintió aliviado al tener una excusa para levantarse. Puso cara displicente, le siguió el cuento rutinario y abrió la puerta: era Celeste, la novia, que venía para ver una película en Netflix.

Pocos días antes, los vecinos más preocupados por la situación habían formado un patronato y consiguieron mandar a poner los portones. Contrataron a unos vigilantes que estaban distribuidos en cuatro casetas, en las zonas específicas de la colonia. Se paseaban como fantasmas, sosteniendo sus rifles (pareciera que ansiosos por disparar, paranoicos como la abuela), escondidos en la sombra de los arbustos, en la penumbra de las calles, esas calles angostas repletas de carros y con algunos baches en los que el agua se vuelve charco podrido.

Cuando la película terminó, a Ricardo, como siempre, se le antojaron churros y cigarrillos. La pulpería quedaba a dos cuadras, en línea recta bajando la cuesta, pero a la abuela no le gustaba que saliera de noche.

—Que no se dé cuenta la abuela —susurró—, porque nos va a sermonear.

Y recorrieron de puntillas el pasillo y la sala hasta salir.

En la calle, Ricardo se detuvo para amarrar sus tenis.

—A que no me alcanzás —dijo Celeste retándolo.

Y corrió, jugando a la huida No tardó en alcanzarla.

—¡No, no… Dejame… Ayuda…! —gritó ella con el galillo atiplado.

Luego, la sostuvo de la cadera, mientras ella trataba de escapar de sus garras, en medio de la retozada.
Fue cuando sonó el balazo.

Celeste quedó desconcertada por el estruendo repentino, los oídos le zumbaron por un agudo instante en que la vida se detuvo a su alrededor.

—¿Qué fue eso? —dijo al voltearse.

Entonces vio a Ricardo tirado sobre el pavimento. Enseguida gritó y se tiró sobre su cuerpo y vio que un hombre de la vigilancia, que salía de la sombra, se le acercaba trotando.

—¿Está bien, señorita, no le hizo nada ese hombre?

El noticiero terminaba de anunciar los asaltos del día. Durante la despedida, el periodista invitaba a probar los frijoles Amalia: «los más ricos y baratos». Eran las nueve de la noche, la hora en que la abuela apagaba el televisor.