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Las jornadas se hacen cortas en Managua

Mañana se cumple el cuarto día de la quinta edición de Centroamérica Cuenta, una jornada de diálogo que pone en perspectiva a la literatura de la región y de Latinoamérica, y que este año se realiza bajo el lema “Nosotros los otros”

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24.05.2017

Managua, Nicaragua

Con un programa tan amplio, Centroamérica Cuenta no te deja espacio ni tiempo para el aburrimiento.

Anteayer, por ejemplo, después de dedicarme a escribir la primera parte de esta crónica, me fui al Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra de la librería Hispamer, un edificio en el que perfectamente cabrían todas las librerías hondureñas.

Ahí, junto a la salvadoreña Elena Salamanca y el nicaragüense Ulises Juárez Polanco, con la moderación de Silvio Sirias, tuve mi conversatorio, titulado “Nuevos tiempos, nuevos escritores. ¿De qué hablamos cuando hablamos de escritores nacidos durante y después de los años ochenta en Centroamérica?”.

La plática, frente a un público de unas setenta personas, giró en torno a tres aspectos: qué fue lo que motivó nuestra incursión en la literatura, qué diferencias identificamos en nuestras intenciones estéticas respecto a las de nuestros antecesores y cuáles son los temas predominantes en nuestra narrativa.

Fue una experiencia agradable, que me permitió darme cuenta de que en mis compañeros de mesa el detonante había tenido un cariz trágico mientras que en mi caso todo parte de una infancia feliz en un pueblo y de unas primeras lecturas igualmente felices de Mark Twain y Julio Verne.

Me permití cambiar el siguiente conversatorio por un recorrido por la librería, que tenía una oferta amplísima de títulos, con una mesa dedicada a los libros de los participantes en el festival.

Mientras examinaba algunos libros, identifiqué a Héctor Miguel Leyva, compatriota académico de la UNAH que participará hoy con la conferencia “De Buchenwald al Rotary Club: memorias de un emigrante judío en Honduras”.

Otro que tendrá su participación hoy será Julio Escoto, quien dictará la conferencia “Santos negros y Cristos negros, espejos del otro”, mientras que Eduardo Bähr lo hará mañana en un conversatorio titulado “Centroamérica vista desde afuera”.

De entre los tres, he coincidido más veces con Héctor Miguel Leyva, un hombre inteligente y de buen sentido del humor.

El nombre del “churrasco maya” que cenamos el martes, junto a Alexandra Ortiz Wallner, Erick Blandón, Clara Obligado y Mercedes Cebrián, dio para muchas risas.

Me gustaron, particularmente, los últimos dos conversatorios del martes; en el primero la poeta y narradora colombiana Piedad Bonnett habló sobre el proceso de escritura de su libro “Lo que no tiene nombre”, en el que narra la historia del suicidio de su hijo.

“No escribí el libro para conmover a nadie”, dijo la autora, sino, quizá, para “darle un lugar en la memoria” a la vida de su hijo.

El otro conversatorio reunió a varios pesos pesados de la literatura hispanoamericana: Sergio Ramírez y Gioconda Belli, por Nicaragua, los españoles Ricardo Menéndez Salmón y Marta Sanz, el chileno Carlos Franz y el cubano Leonardo Padura.

Hablaron, durante una hora que se nos antojó cortísima, de los premios que cada uno había ganado y de lo que esos premios han representado en sus respectivas carreras literarias. Eran casi las 9:00 de la noche.

Había que continuar la jornada en otra parte.