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¿Qué sabemos de Chelato Uclés más allá del fútbol?

Un gran estratega en el deporte, un hombre polifacético en la vida, un gran hijo, un buen hermano, un buen padre y un hondureño que ama a su país

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29.04.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Su nombre es José de la Paz Herrera, pero todos lo conocen como Chelato Uclés. ¿De dónde salió un apodo y un apellido que no heredó, con los cuales el mundo llegó a conocerle?

Toda leyenda tiene su origen y el hijo de doña María Concepción Herrera y del abogado Armando Uclés también tiene el suyo. José de la Paz Herrera, que falleció la noche del miércoles 28 de abril de 2021, siempre llevó con orgullo el apellido de su madre, pero por otro lado la vida le hizo cargar también con el de su padre, el cual no aparece en ninguno de sus documentos personales.

Sin embargo, él nunca ha renegado que los hondureños le pongan el Uclés, pues cuando a los 12 años de edad su tío Nicolás lo trajo de Soledad, El Paraíso a la capital, creció en la Primera Avenida de Comayaguela bajo la protección de sus abuelos paternos: Purita (Purificación) Sierra y su abuelo Pio Uclés.

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En ese callejón lleno de historias y de sombras- allá entre los años 50 y 60- a Herrera sus amigos lo conocían como “Lato”.

Un día, luego de fracasar como aspirante a cadete de la academia militar, producto del golpe de Estado de 1963, viajó a Argentina y, tras cuatro años preparándose como entrenador de fútbol, regresó y a todo le decía “Che”, que es una expresión de origen Guaraní y significa tú, muy popular entre los argentinos y paraguayos.

En una ocasión Herrera le hizo una broma a Danilo, un amigo de infancia llamándole Danilerato, y este ni corto ni perezoso le respondió que él también lo bautizaba como 'Che-lato' y así nació el 'Chelato”al cual se le agregó el “Uclés”.

El apodo de Chelato Uclés para aquel novel entrenador se esparció en el ambiente deportivo como el incendio de un polvorín, los diarios de finales de los 60 y de los años 70 así lo registran en las páginas deportivas.

Eran los inicios de la carrera de uno de los estrategas del fútbol más respetados y admirados del país.

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Herrera aceptó aquel sobrenombre para su vida y así lo registrará la historia de este hombre que en 1982- junto con una veintena de disciplinados discípulos, hicieron que la bandera hondureña flameara con orgullo en la cúspide del fútbol mundial.

“En 90 minutos el mundo hablará de nosotros”, le dijo a sus dirigidos, cuando salían de los camerinos del estadio Luis Casanova de Valencia, España, la noche del 16 de junio de 1982.

Armados de orgullo, de coraje y siguiendo las instrucciones de su técnico de 42 años de edad, a los siete minutos del partido, la oncena hondureña le colocó la primera estocada a un equipo español, que como un toro herido dispuesto a recuperar su dignidad, embistió a una muralla defensiva hecha de una amalgama de caballerosidad, honor y corazón.

Así, aquel humilde y callado niño que allá por 1946 inicio sus estudios de primaria en la Escuela Froylan Turcios de Soledad, El Paraíso, y que luego terminó en la Escuela Lempira de Comayaguela, empezaba a escribir con letras doradas su nombre en las páginas deportivas de los diarios del mundo, también en la historia del fútbol hondureño.

Con una gloria que no cabía en sus manos, Chelato Uclés egresó al país y continuó dirigiendo diferentes equipos de la Liga Nacional, así como otras selecciones mayores, unos y unas con más éxito que otros, en la medida que las tácticas le venían arrebatando la esencia al fútbol.

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Una vida polifacética

El éxito en el balompié convirtió a Herrera en un hombre con diferentes facetas. Su vida de entrenador lo condujo también a la de comentarista deportivo en la televisión hondureña, donde al mismo tiempo que reconoció los méritos y triunfos de los equipos, de sus colegas, también fue un ácido crítico del mal fútbol, de los malos planteamientos, y de la desorganización en este deporte.

Por otro lado, la mercadotécnica también aprovechó la fama del maestro y lo hizo filmar un anuncio comercial para una lotería. Aquí él popularizó la frase “Nunca se sabe” y aho
ra es común escuchar a los hondureños decir: “Como dijo Chelato, nunca se sabe”.

Pero como con Chelato Uclés realmente nunca se sabe en qué va estar involucrado, en noviembre del 2005, se lanzó como candidato a diputado al Congreso Nacional, por el Partido Liberal, y salió electo en la nómina de los 128 diputados que integraron el legislativo hondureño.

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En este mundillo político, donde el dinero público es usado para contaminar la conciencia humana, Herrera tuvo un paso efímero y sin gloria.

Rápidamente entendió que la política no era uno de sus fuertes y se retiró de ella. Prefirió hacer lo suyo, y siguió su vida como entrenador de diferentes equipos, pero al ver que se cumplirían 30 años de la primera gesta mundialista, comenzó a preparar otro proyecto. Ahora como documentalista.

El 18 de diciembre de 2013, rodeado de sus envejecidos discípulos y de un público que les respeta, admira y aprecia- principalmente aquellas generaciones que ahora rondan arriba de los 50 años y que disfrutaron de sus triunfos- Chelato Uclés presentó su documental de 40 minutos llamado “Historia de un Trienio de Oro”, donde relata las duras jornada de trabajo para llevar por primera vez una selección mayor a una justa futbolística de categoría mundial.

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Un gran hijo

Pero a este estratega, no solo lo persigue el éxito y la fama, también el reconocimiento de su familia que le dan el mérito de ser “un gran hijo, un gran hermano, un buen padre”.

Al regresar de Argentina y comenzar su vida como entrenador, debutando con el Motagua, entre 1969 y 1970, lo primero que hizo fue traer a su madre a Tegucigalpa y comprarle una casa en la colonia El Pedregal.

Su hermana Ana Socorro Herrera, dice que él fue como un padre para ella y para sus otros seis hermanos de madre.

Desde niño José fue “callado, humilde” y a pesar de sus triunfos nunca se olvidó de dónde venía y vio por su madre hasta que ella murió el 23 de enero del 2005. Siempre la llevó a una famosa clínica médica de Comayaguela.

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Es tal que “mi mamá estaba en coma y minutos antes de morir le tomó la mano (a Chelato) y le dijo “hijo, usted ha sido la persona más importante de mi vida, y cerró sus ojos”, relató Socorro.

Al este maestro del fútbol, además de darle la gloria, la vida siempre le jugó con número siete. Tuvo siete hermanos de madre, siete hermanos por parte de padre y él tiene siete hijos.

¿Por qué él nunca se casó? se le preguntó a su hermana y ella respondió con una sonrisa: “porque no le gusta que nadie lo mande, quiere ser un hombre libre, su amor es el fútbol”.

¿Parece que es muy enojado? '¡Ah, es bravo, es delicado, perfeccionista, todo le gusta a su manera!', contestó la amable mujer, que tras contar como surgió el sobrenombre de Chelato, recordó una frase que su hermano siempre pronuncia: “Una sonrisa más, una arruga menos”.