Honduras

Intimidado y en medio del tumulto, Morazán dictó su testamento

01.09.2015

San José, Costa Rica

En el Testamento escrito tres horas antes de su muerte, Morazán deja traslucir sus dotes de intelectualidad, patriotismo, visión, sentimientos y convicción firme.

No cualquier hombre que sabe que está viviendo sus últimos minutos tiene ese temple para escribir de esa manera, esa capacidad para repasar en un momento de turbulencia sus principales facetas y esa fuerza para aceptar el sufrimiento de su hijo que está cerca, su esposa y su otra hija que estaban en Heredia.

Cuando a Morazán le dicen que tiene tres horas para escribir su última voluntad, pide que le traigan a su hijo Francisco Morazán Quezada, “Chico”, de tan solo 14 años, que estaba preso en el cuartel militar, a unos pasos del edificio presidencial, donde tenían al prócer. El niño llega sollozando, abraza a su padre, toma el papel y lápiz y comienza a escribir con su mano temblorosa. Apenas solo puede escribir las primeras líneas, pero cuando su padre le dicta: “En nombre del Autor del Universo en cuya religión muero”, el niño comienza a flaquear y no puede seguir.

Morazán toma el papel y la pluma y continúa la redacción en medio del ensordecedor tumulto. Este es el testamento histórico que, para algunos, los niños de Honduras deben conocer desde los primeros grados.

“San José de Costa Rica, 15 de septiembre de 1842. Día del Aniversario de la Independencia, cuya integridad he procurado mantener. En nombre del Autor del Universo, en cuya religión muero.

DECLARO: que estoy casado y dejo a mi mujer como única albacea.

DECLARO: que todos los intereses que poseía, míos y de mi esposa, los he gastado en dar un Gobierno de leyes a Costa Rica, lo mismo que dieciocho mil pesos y sus réditos, que adeudo al señor general Pedro Bermúdez.

DECLARO: que no he merecido la muerte, porque no he cometido más falta que dar libertad a Costa Rica y procurar la paz a la República. De consiguiente, mi muerte es un asesinato, tanto más agravante cuanto que no se me ha juzgado ni oído. Yo no he hecho más que cumplir los mandatos de la Asamblea, en consonancia con mis deseos de reorganizar la República.

PROTESTO: que la reunión de soldados que hoy ocasiona mi muerte la he hecho únicamente para defender el departamento de El Guanacaste, perteneciente al Estado, amenazado, según las comunicaciones del Comandante de dicho departamento, por fuerzas del Estado de Nicaragua. Que si ha cabido en mis deseos el usar después de algunas de estas fuerzas para pacificar la República, solo era tomando de aquellos que voluntariamente quisieran marchar, porque jamás se emprende una obra semejante con hombres forzados.

DECLARO: que al asesinato se ha unido la falta de palabra que me dio el comisionado Espinach, de Cartago, de salvarme la vida.

DECLARO: que mi amor a Centroamérica muere conmigo. Excito a la juventud, que es llamada a dar vida a este país que dejo con sentimiento por quedar anarquizado, y deseo que imiten mi ejemplo de morir con firmeza antes que dejarlo abandonado al desorden en que desgraciadamente hoy se encuentra.

DECLARO: que no tengo enemigos, ni el menor rencor llevo al sepulcro contra mis asesinos, que los perdono y deseo el mayor bien posible.

Muero con el sentimiento de haber causado algunos males a mi país, aunque con el justo deseo de procurarle su bien; y este sentimiento se aumenta, porque cuando había rectificado mis opiniones en política en la carrera de la revolución, y creía hacerle el bien que me había prometido para subsanar de este modo aquellas faltas, se me quita la vida injustamente.

El desorden con que escribo, por no habérseme dado más que tres horas de tiempo, me había hecho olvidar que tengo cuentas con la casa de Mr. M. Bennet, de resultas del corte de maderas en la costa del norte, en las que considero alcanzar una cantidad de diez a doce mil pesos, que pertenecen a mi mujer, en retribución de las pérdidas que ha tenido en sus bienes pertenecientes a la hacienda de Jupuara, y tengo además otras deudas que no ignora el señor Cruz Lozano.

Quiero que este testamento se imprima en la parte que tiene relación con mi muerte y los negocios públicos. Francisco Morazán”.

Al terminar su testamento, Morazán pidió la presencia del juez de primera instancia de San José, Ramón Castro, para entregarle el testamento en sobre cerrado y ante varios testigos. En su camino al patíbulo le dijo a su amigo Cruz Lozano que sus cenizas fueran trasladadas a El Salvador, como un tributo a este país que siempre le apoyó. Cruz Lozano publicó en El Salvador el histórico documento, un año después, con este agregado: “Como apoderado de la señora albacea, publico este testamento íntegramente y no solo las cláusulas que el testador ordenó que se imprimieran; con advertencia que en los momentos de salir al patíbulo, el general Morazán encargó a su hijo Francisco y al Sr. Mariano Montealegre que avisara a su albacea trasladase sus cenizas a esta ciudad, por ser el pueblo que más bien le había correspondido, y cuya cláusula no había consignado en su testamento porque lo dictó en medio del tumulto. San Salvador, 31 de julio de 1843”. Cruz Lozano.

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